jueves, 6 de noviembre de 2008

Artículo del semanario "Panorama Católico" de la Iglesia panameña


Entre los principales dones divinos y humanos e indisolubles del cristianismo, están la humildad y la mansedumbre, vertidos en la singularidad femenina de Anita Moreno, una mujer del Azuero que galopaba entre los siglos XIX y XX. Ella auscultaba con la mirada y descubría con el afecto la insondable intimidad de sus hijos de adopción. Su vida era alegre, su ánimo altivo, contenía un corazón creyente y belleza interior que ennoblecía y reconfortaba en el silente sosiego de su compañía. Anita Moreno fue fuerte y tenaz, valiente y entregada, arriesgada y virtuosa, orante y cabal. Ella prodigó durante 9 décadas la incontestable herencia espiritual de La Villa de Los Santos que perdura hasta hoy. Ella tenía la mirada puesta en la tierra y en el infinito.
Era Anita Moreno un ser de aquellos en los que se percibe una natural y humilde benevolencia para todos. Sus amigos cercanos que aún sobreviven al tiempo la recuerdan por su sentido de la humildad: “Ella nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita justamente porque era todo lo contrario, es decir su servicio. Yo no recuerdo que aquí, en mi tiempo, no se movieran cosas que tuvieran que ver con la Niña Anita y a ella nunca le vimos un gesto de egocentrismo ni de protagonismo, nada de eso y yo sinceramente nunca vi en ella un deseo de protagonizar; es decir, amaba a los pobres porque es lo que Jesús quería, amaba a los niños porque era lo que Jesús quería, se entregó totalmente a una labor espiritual y material de la iglesia por amor a Jesús, porque sí hizo trabajo material, pero todo era para agradar a Dios".
Anita Moreno conservaba un alto sentido moral que le exigía la construcción de una realidad edificante que humanizara y apremiara un auténtico acicate configurador de las relaciones amistosas que han perdurado en la mente de los que la recuerdan. De lo contrario, en la memoria histórica de La Villa de Los Santos no hubiera quedado vestigio alguno de una vida distinta a la de los demás, nimbada por el don de la Caridad que engendró la natural benevolencia de su corazón, puntualmente expresado en actitudes, gestos, vivencias de las comunes alegrías y tristezas de sus allegados y extraños. La confianza y el respeto que Anita tributaba a todos los que la conocían y ella intentaba conocer, trascendía los límites de la simple materialidad de las cosas. Los regalos, ofrendas y donativos que de su mano ofrecía ya no tenían el simple valor material, sino que en virtud de querer dar algo a los que amaba y querer el bien para el otro, se entregaba a sí misma sin reparos ni excesivas reservas humanas. Por esta razón Anita Moreno fue una mujer de cabal sentido humanitario, de fuerte experiencia religiosa y ciudadana de talante servicial y correcto. Ella cumplía de buena fe con sus obligaciones morales, tanto personales, como colectivas, que la elevó a la más alta estima debido a su natural generosidad y humildad que felizmente le condujo al solio de la santidad: “Ella hacía cosas que otros no eran capaces de hacer, por ejemplo el acercamiento de la Niña Anita a los pobres, que no lo hace cualquiera, en su propia casa, en su propio patio, al que se le acercaba ella lo trataba, nunca se le veía una cara mala”. “Sus actitudes de humildad, sus actitudes de acercamiento, ese testimonio, ella a todos nos decía «mi’jito, mi’jita», eso acercaba a ella”.
Anita Moreno es por excelencia la custodia de las prominentes virtudes cristianas que enseñó y cultivó por muchas décadas: “Uno se va a la gran obra de la mujer, la Niña Anita hizo muchas cosas, pero muy poca gente es capaz de llegar a la esencia de lo que ella fue capaz de dar. Es que la Niña Anita hizo muchas cosas pero entre esas formó a mucha gente, de la misma manera que yo siento que hay gente que siente a sí mismo, es que ella a mí particularmente me enseño a amar a Dios, quizá sin tener un concepto claro de la presencia del misterio, pero en su forma de ser y en su coherencia de vida ella nos dio a nosotros ejemplo. Entonces a mí me gusta más esta faceta de su vida porque es lo que al final de cuenta ha quedado. De pronto uno quiere retomar muchas actividades que ella hacía pero, yo creo que lo más importante para nosotros en el fondo fue lo que aprendimos de ella y lo más importante fue que amamos a Dios porque ella fue quien nos habló de Dios por primera vez y lo hizo de una manera extraordinaria”. En fin, “si hay alguien que es el sinónimo de seriedad, de castidad, de santidad, es la Niña Anita”. Ella brillaba con luz propia. Y la fidelidad en todos los aspectos la caracterizan como una mujer probada en el amor y la inalterabilidad del cumplimiento de su misión caritativa. Por eso es digno de alabarse la sencillez de vida, demostrada hasta el final de su existencia en la tierra.