domingo, 7 de marzo de 2010

En La Villa de Los Santos
Anita Moreno y las festividades de San Juan de Dios



Anita Moreno cumplió el doble mandamiento del amor a Dios y el amor al prójimo, la persona más cercana en tiempo y espacio, amor fraterno más concreto y perceptible que el amor a Dios, puesto que es fácil engañarse a sí mismo creyendo amar a Dios sin amar al prójimo. Anita, tuvo innumerables ocasiones para realizar este mandato. No obstante, fue en la fiesta solemne de San Juan de Dios, el santo patrón de los pobres, en que se desplegó su don de la caridad ampliamente.
La solemne fiesta de San Juan de Dios en La Villa de los Santos tiene sus orígenes en la época colonial. No obstante, la celebración mantiene unas características particulares que se repiten durante el paso del tiempo.
En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX, las celebraciones fueron organizadas por la señora Gregoria Iglesia. Ya en el siglo XX las festividades del 8 de marzo fueron dirigidas por las señoritas Rafaela “Fela” López y Ana María Moreno. En la residencia de la señorita López situada en la actual calle 10 de noviembre, llegaban los pobres y preteridos de su tiempo y ahí fueron acogidos solícitamente por la Niña Rafaela y la Niña Anita. Al deceso de la señorita López estas actividades fueron trasladadas a la residencia de la señorita Moreno donde se organizaron por mucho tiempo, como lo atestigua la siguiente declaración:
“Desde el inicio de las novenas del Santo de los pobres, el amplísimo patio de su casa era un centro de actividad. El siete de marzo, víspera de San Juan de Dios, se intensificaba el barullo y el ir y venir: unos recibiendo, otros trayendo o llevando, allá quienes cocinan las enormes pailas de alimentos para los pobres y enfermos del Santo. En un lugar, bajo la enorme galera de tejas, la réplica de la imagen del Santo en pequeño, presidiendo el ajetreo desde su pequeño altar de madera. Las campanas de su amado templo proclaman al aire la alegría de la víspera de la fiesta que, más que una tarea material y agobiadora, significaba para ella un tremendo gozo espiritual. Inflamada de fervor, emoción y agradecimiento solía gritar: “¡Viva San Juan de Dios!” y todos, respondiendo a su exclamación, sonreíamos felices de encontrarnos en su casa y a su lado”.
Las novenas del santo comienzan el día 27 de febrero hasta el día 7 de marzo en que se canta “La Salve” y la procesión por las principales calles del pueblo, acompañado de una multitud de “pobres de solemnidad” como se dice. Los preparativos para esta ocasión se anticipaban con determinación y denuedo debido a la gran asistencia de menesterosos y fieles devotos a las celebraciones que tenían dos ejes de atención: el templo parroquial y la residencia familiar de Anita Moreno. Esto fue así, y según el recuerdo de varios entrevistados, hasta avanzada edad de Anita Moreno, cuando trasladaron la recepción y atención de los pobres al gimnasio de la Escuela República de Honduras, que antaño sirvió de gobernación, oficinas municipales y actualmente es sede de la Universidad Santa María La Antigua.
Las celebraciones de San Juan de Dios necesitaban del apoyo de muchos voluntarios que Anita Moreno conducía para llevar adelante el deseo de hacer algo bueno para los pobres. No obstante, había otras personas que por escrúpulos y otras razones no asistían a la preparación y posterior distribución de los alimentos y toda suerte de donativos se prevenían, de tal manera que “La Niña Anita tenía un grupo de jóvenes, de muchachas, que se encargaban de llevar la comida a los pobres, que la Niña Anita llamaba los «pobres vergonzantes», que no se atrevían a acercarse a la mesa común de todos los pobres y en esa época, hasta donde yo conocí, eso era en su casa, y yo recuerdo que los pobres venían hasta dos y tres días antes y ellos se hospedaban en casa de la Niña Anita. Y contaba mi mamá que la persona que le ayudaba en ese trabajo era la Niña Tina López”.
En su casa los pobres eran atendidos de manera personal y cariñosamente por Anita Moreno: “Porque allí los pobres eran los dueños de la casa de la Niña Anita, la recamara, los baños, era de los pobres, ellos eran dueños, en esa época no es como ahora que venían sólo el día del santo, sino que venían días antes y días después”.
La siguiente narración la ofrece la Señora Mercedes Villalaz de Zetner que vivió de cerca los preparativos y festividades en la residencia que compartía con Anita Moreno: “Mama Tía, desde que era el 6 de marzo, comenzaba a arreglar la casa para recibir a los pobres. La casa la desocupaba, compraba colchonetas para poner a los pobres a dormir aquí en la sala y en el comedor. Cada vez que un pobre llegaba ella se ponía muy contenta y gritaba: «¡Viva, viva!».
De manera muy especial, la noche de la víspera de San Juan de Dios ella no dormía y podía vérsele hasta la madrugada, cubierta su cabeza con una toalla, atendiendo las labores de cocina con muchas otras devotas que se ofrecían para la preparación del desayuno y el almuerzo del día. Por supuesto, muchos de los pobres de San Juan de Dios seguirían recibiendo este beneficio durante algunos días subsiguientes.
El Señor Bolívar Mendoza nos refiere una declaración de sus vivencias durante las celebraciones en casa de la Niña Anita. Dice: “Les preparaba sus bolsas y se las mandaba a sus pobres. Una gran obra de caridad que ella hacía con esa gente, y con todo el mundo, a todos los atendía por igual, no había distinción, ni privilegios de nada”.
Durante la misa solemne en honor al Santo Patrón de los pobres, todas las bancas del templo quedaban totalmente abarrotadas de enfermos, de impedidos y fieles devotos, muchos de los cuales recibían la Sagrada Comunión.
Mercedes Villalaz nuevamente cuenta estremecida por el recuerdo lo siguiente: “Aquí venían personas a pedirle ayuda monetaria y Mama Tía nunca se negaba. Ella, lo poco que tenía lo repartía con los pobres, quedaba limpia, pero a ella no le importaba. Como tenía a sus hermanos, ella entonces pedía a sus hermanos que le mandaran para ella poder dar. Practicaba, entonces, la caridad”. En este testimonio queda sentada esa cualidad tan divina como humana de la humilde caridad que recibió de Dios. Anita Moreno, por don divino, curó la soberbia humana, alejando de ella el pesimismo y la presunción; y emprendiendo el camino perfecto del conocimiento propio y de Dios, sin olvidar que Cristo se identifica en las demás personas y lo demostraba con el poder del cariño sincero y filial.
No podrá comprenderse el máximo acercamiento a los pobres, enfermos y desvalidos hasta que la caridad arda en el corazón del modo como Anita Moreno fue capaz. Los testigos oculares de su obra confirman el abnegado amor por los pobres, y cuentan que tras largas horas de trabajo durísimo durante las fiestas de San Juan de Dios, prolongadas todo el año, se mantenía alerta ante las innumerables solicitaciones de urgencias a la que siempre se mostraba dispuesta. Y allí acudía, sacando fuerzas sólo de Cristo.
Curaba y frotaba con un suave cepillo a los enfermos, les arreglaba la cama, y les secaba el sudor. Todo lo que Anita Moreno pretendía era manifestar y comunicar el amor de Cristo a sus hermanos necesitados. Para eso servía y aseaba a los enfermos, los abrazaba y los curaba en su regazo; preparaba las habitaciones, hacía las camas, servía de comer, fregaba los platos, abrazaba a los apestados, y llegaba hasta besar a los enfermos contagiosos.
Estos actos de caridad los mantuvo toda su vida, y en las festividades de San Juan de Dios se hacían más frecuentes, dada la afluencia de enfermos y pobres provenientes de las comunidades campesinas de la Península de Azuero que se acercaban a La Villa de Los Santos para recobrar la salud y llevar alimento a sus casas retiradas en el campo. Y con motivo de las fiestas, Anita guardaba los obsequios mejores que le hacían. Con estos enfermos extremaba la expresión física de su cariño, y cuando trataba con ellos, los abrazaba siempre uno a uno. Eran los momentos en que su rostro brillaba más de alegría.
Anita Moreno, no sólo comprendió cuál es el camino que la llevaba hasta Dios, que es amor, sino que también incursionó por un camino de descenso hacia la profundidad de sus instintos y deseos, para sacar de su barro una aromática flor que descuella por encima del cenagoso fango que origina el incurable pesimismo que dilata en vacío toda la existencia.
Así es posible conjuntar vida y palabra para concluir que “nada se mueve sin la voluntad de Dios y hay que aceptarla sin preguntar”, en palabras de Anita Moreno.