domingo, 7 de marzo de 2010

En La Villa de Los Santos
Anita Moreno y las festividades de San Juan de Dios



Anita Moreno cumplió el doble mandamiento del amor a Dios y el amor al prójimo, la persona más cercana en tiempo y espacio, amor fraterno más concreto y perceptible que el amor a Dios, puesto que es fácil engañarse a sí mismo creyendo amar a Dios sin amar al prójimo. Anita, tuvo innumerables ocasiones para realizar este mandato. No obstante, fue en la fiesta solemne de San Juan de Dios, el santo patrón de los pobres, en que se desplegó su don de la caridad ampliamente.
La solemne fiesta de San Juan de Dios en La Villa de los Santos tiene sus orígenes en la época colonial. No obstante, la celebración mantiene unas características particulares que se repiten durante el paso del tiempo.
En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX, las celebraciones fueron organizadas por la señora Gregoria Iglesia. Ya en el siglo XX las festividades del 8 de marzo fueron dirigidas por las señoritas Rafaela “Fela” López y Ana María Moreno. En la residencia de la señorita López situada en la actual calle 10 de noviembre, llegaban los pobres y preteridos de su tiempo y ahí fueron acogidos solícitamente por la Niña Rafaela y la Niña Anita. Al deceso de la señorita López estas actividades fueron trasladadas a la residencia de la señorita Moreno donde se organizaron por mucho tiempo, como lo atestigua la siguiente declaración:
“Desde el inicio de las novenas del Santo de los pobres, el amplísimo patio de su casa era un centro de actividad. El siete de marzo, víspera de San Juan de Dios, se intensificaba el barullo y el ir y venir: unos recibiendo, otros trayendo o llevando, allá quienes cocinan las enormes pailas de alimentos para los pobres y enfermos del Santo. En un lugar, bajo la enorme galera de tejas, la réplica de la imagen del Santo en pequeño, presidiendo el ajetreo desde su pequeño altar de madera. Las campanas de su amado templo proclaman al aire la alegría de la víspera de la fiesta que, más que una tarea material y agobiadora, significaba para ella un tremendo gozo espiritual. Inflamada de fervor, emoción y agradecimiento solía gritar: “¡Viva San Juan de Dios!” y todos, respondiendo a su exclamación, sonreíamos felices de encontrarnos en su casa y a su lado”.
Las novenas del santo comienzan el día 27 de febrero hasta el día 7 de marzo en que se canta “La Salve” y la procesión por las principales calles del pueblo, acompañado de una multitud de “pobres de solemnidad” como se dice. Los preparativos para esta ocasión se anticipaban con determinación y denuedo debido a la gran asistencia de menesterosos y fieles devotos a las celebraciones que tenían dos ejes de atención: el templo parroquial y la residencia familiar de Anita Moreno. Esto fue así, y según el recuerdo de varios entrevistados, hasta avanzada edad de Anita Moreno, cuando trasladaron la recepción y atención de los pobres al gimnasio de la Escuela República de Honduras, que antaño sirvió de gobernación, oficinas municipales y actualmente es sede de la Universidad Santa María La Antigua.
Las celebraciones de San Juan de Dios necesitaban del apoyo de muchos voluntarios que Anita Moreno conducía para llevar adelante el deseo de hacer algo bueno para los pobres. No obstante, había otras personas que por escrúpulos y otras razones no asistían a la preparación y posterior distribución de los alimentos y toda suerte de donativos se prevenían, de tal manera que “La Niña Anita tenía un grupo de jóvenes, de muchachas, que se encargaban de llevar la comida a los pobres, que la Niña Anita llamaba los «pobres vergonzantes», que no se atrevían a acercarse a la mesa común de todos los pobres y en esa época, hasta donde yo conocí, eso era en su casa, y yo recuerdo que los pobres venían hasta dos y tres días antes y ellos se hospedaban en casa de la Niña Anita. Y contaba mi mamá que la persona que le ayudaba en ese trabajo era la Niña Tina López”.
En su casa los pobres eran atendidos de manera personal y cariñosamente por Anita Moreno: “Porque allí los pobres eran los dueños de la casa de la Niña Anita, la recamara, los baños, era de los pobres, ellos eran dueños, en esa época no es como ahora que venían sólo el día del santo, sino que venían días antes y días después”.
La siguiente narración la ofrece la Señora Mercedes Villalaz de Zetner que vivió de cerca los preparativos y festividades en la residencia que compartía con Anita Moreno: “Mama Tía, desde que era el 6 de marzo, comenzaba a arreglar la casa para recibir a los pobres. La casa la desocupaba, compraba colchonetas para poner a los pobres a dormir aquí en la sala y en el comedor. Cada vez que un pobre llegaba ella se ponía muy contenta y gritaba: «¡Viva, viva!».
De manera muy especial, la noche de la víspera de San Juan de Dios ella no dormía y podía vérsele hasta la madrugada, cubierta su cabeza con una toalla, atendiendo las labores de cocina con muchas otras devotas que se ofrecían para la preparación del desayuno y el almuerzo del día. Por supuesto, muchos de los pobres de San Juan de Dios seguirían recibiendo este beneficio durante algunos días subsiguientes.
El Señor Bolívar Mendoza nos refiere una declaración de sus vivencias durante las celebraciones en casa de la Niña Anita. Dice: “Les preparaba sus bolsas y se las mandaba a sus pobres. Una gran obra de caridad que ella hacía con esa gente, y con todo el mundo, a todos los atendía por igual, no había distinción, ni privilegios de nada”.
Durante la misa solemne en honor al Santo Patrón de los pobres, todas las bancas del templo quedaban totalmente abarrotadas de enfermos, de impedidos y fieles devotos, muchos de los cuales recibían la Sagrada Comunión.
Mercedes Villalaz nuevamente cuenta estremecida por el recuerdo lo siguiente: “Aquí venían personas a pedirle ayuda monetaria y Mama Tía nunca se negaba. Ella, lo poco que tenía lo repartía con los pobres, quedaba limpia, pero a ella no le importaba. Como tenía a sus hermanos, ella entonces pedía a sus hermanos que le mandaran para ella poder dar. Practicaba, entonces, la caridad”. En este testimonio queda sentada esa cualidad tan divina como humana de la humilde caridad que recibió de Dios. Anita Moreno, por don divino, curó la soberbia humana, alejando de ella el pesimismo y la presunción; y emprendiendo el camino perfecto del conocimiento propio y de Dios, sin olvidar que Cristo se identifica en las demás personas y lo demostraba con el poder del cariño sincero y filial.
No podrá comprenderse el máximo acercamiento a los pobres, enfermos y desvalidos hasta que la caridad arda en el corazón del modo como Anita Moreno fue capaz. Los testigos oculares de su obra confirman el abnegado amor por los pobres, y cuentan que tras largas horas de trabajo durísimo durante las fiestas de San Juan de Dios, prolongadas todo el año, se mantenía alerta ante las innumerables solicitaciones de urgencias a la que siempre se mostraba dispuesta. Y allí acudía, sacando fuerzas sólo de Cristo.
Curaba y frotaba con un suave cepillo a los enfermos, les arreglaba la cama, y les secaba el sudor. Todo lo que Anita Moreno pretendía era manifestar y comunicar el amor de Cristo a sus hermanos necesitados. Para eso servía y aseaba a los enfermos, los abrazaba y los curaba en su regazo; preparaba las habitaciones, hacía las camas, servía de comer, fregaba los platos, abrazaba a los apestados, y llegaba hasta besar a los enfermos contagiosos.
Estos actos de caridad los mantuvo toda su vida, y en las festividades de San Juan de Dios se hacían más frecuentes, dada la afluencia de enfermos y pobres provenientes de las comunidades campesinas de la Península de Azuero que se acercaban a La Villa de Los Santos para recobrar la salud y llevar alimento a sus casas retiradas en el campo. Y con motivo de las fiestas, Anita guardaba los obsequios mejores que le hacían. Con estos enfermos extremaba la expresión física de su cariño, y cuando trataba con ellos, los abrazaba siempre uno a uno. Eran los momentos en que su rostro brillaba más de alegría.
Anita Moreno, no sólo comprendió cuál es el camino que la llevaba hasta Dios, que es amor, sino que también incursionó por un camino de descenso hacia la profundidad de sus instintos y deseos, para sacar de su barro una aromática flor que descuella por encima del cenagoso fango que origina el incurable pesimismo que dilata en vacío toda la existencia.
Así es posible conjuntar vida y palabra para concluir que “nada se mueve sin la voluntad de Dios y hay que aceptarla sin preguntar”, en palabras de Anita Moreno.

lunes, 22 de junio de 2009

Deseo y Bendición


Anita Moreno solía bendecir a sus hijos con un deseo tierno y sencillo que honraba a la Virgen María. Decía así:


Que la Virgen María te cubra con su manto de Reina,

con su velo de Virgen

y con su corazón de Madre.


Reina, Virgen y Madre, la Virgen María fraguó la vida interior de Anita Moreno y la prepararó para enseñar a los santeños a amar a María, la Madre de todos.

miércoles, 17 de junio de 2009

100 Años de la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús y el Apostolado de la Oración en La Villa de Los Santos.


De la misma manera que Anita Moreno estuvo a cargo de la Asociación de Hijas de María, también se desempeñó durante muchos años como Presidenta del Apostolado de la Oración o Asociación del Sagrado Corazón de Jesús.

El Apostolado de la Oración es una manera eficaz para que Jesús reine en los hogares, de acuerdo a las revelaciones de Jesucristo hechas a Margarita María Alacoque, en Paray Le-Monial, Francia, del 27 de diciembre de 1673 al 20 de junio de 1675. Más tarde estas revelaciones fueron revisadas teológicamente por el papa León XIII en su encíclica Annum Sacrum del 25 de mayo de 1899, en la que afirma que “la raza humana en su totalidad debería ser consagrada al Sagrado Corazón de Jesús”, declarando su consagración en 11 de junio del mismo año. El papa Pio XII desarrollará en la encíclica Hauretis Aquas, el culto al Sagrado Corazón, plasmado en el número 478 del Catecismo de la Iglesia Católica.


En visita pastoral realizada el 14 de abril de 1875 por el obispo Ignacio Antonio Parra a la Villa de Los Santos, ordena que se funde en la parroquia de San Atanasio la “Asociación del Sagrado Corazón de Jesús” llamada el “Apostolado de la Oración””en la cual no hay duda, se dará un impulso a la confraternidad ya establecida en la parroquia para cuyo efecto dejamos al párroco algunas patentes y ordenanzas se abrá un registro especial de los asociados con la debida separación de sexos, y se de cuenta oportuna del número de asociados.” Aunque, no es hasta 1875, cuando se funda la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús en la parroquia de San Atanasio, desde el siglo XVIII tenemos noticias que ya existia la devoción al Corazón de Jesús arraigada en el alma de los santeños como textualmente dice el Libro de la Hermandad del Santísimo Sacramento “[1] que cada año el primer viernes inmediato siguiente después de la fiesta del Corpus Christi hagan una solemne procesión fuera y alrededor de la dicha iglesia de minerva, llevando el Santo Sacramento con mucho honor y veneración con candela y hachas encendidas.”


Para el obispo José Alejandro Peralta, artífice y promotor del Apostolado introducido en Panamá, mediante carta pastoral de 1894, indica que es una gracia que en la diócesis panameña haya quienes promuevan esta devoción para orar y trabajar para que advenga el Reino de Dios[2].

El mes de junio estaba consagrado a los actos de piedad ofrecidos al Corazón de Jesús. En la Villa de Los Santos “cada noche del mes de junio se congregaban los cofrades del Corazón de Jesús, damas y varones, con cintas rojas y medallas sobre el pecho, para participar del Santo Rosario y de las devociones propias de este mes”[3].

Anita Moreno y todas las socias del Apostolado estaban vinculadas por las obras de piedad cristiana estimuladas por la oración personal y familiar, acicateadas por el rezo del Santo Rosario, la oración por excelencia de Anita Moreno frente a su lienzo de la Inmaculada Concepción y, que aún preside el salón principal de su casa natal; así como el lienzo del Sagrado Corazón de Jesús que conservaba en la intimidad de su alcoba.

Otro elemento imprescindible del Apostolado de la Oración es la Comunión Reparadora con la cual las socias se integraban al Corazón de Cristo y participan de la divinidad de Jesús, a través de la oblación en Cristo por el perdón de los propios pecados y por las ofensas que éste recibe de los hombres.

El Profesor Aramis Aguilar recuerda con especial cuidado una visión de Anita Moreno en la que ella contemplaba al Sagrado Corazón de Jesús: “Una vez me dijo a mí la Niña Anita esta frase:

-Mira, ¿sabes? Aquí estuvo el Sagrado Corazón de Jesús.
-Mama Tía ¿usted lo vio?
Dice: -si
-Y me sonrió y me dio una bendición. Pero estuvo aquí, yo estoy segura, no es que estoy soñando, ni que estoy perdiendo el juicio, -así me dijo- es que yo lo vi aquí. Anita Moreno estaba en cama, pero estaba completamente lúcida. Y me dijo eso: «Yo vi aquí al Corazón de Jesús, iluminado, lo vi frente a mi cama»”[4].


[1] Libro de la cofradía del sanísimo sacrameno. Parroquia san aanasio.
[2] OSORIO, OSORIO, Alberto, Historia Eclesiástica de Panamá, Panamá 2000, pág. 395.
[3] POVEDA, Daniel S., Ana María Moreno Castillo, Una vida consagrada a Dios.
[4] Entrevista al Profesor Aramis Aguilar, concedida al Padre Pedro Moreno y al Profesor Manuel Moreno, el día 28 de junio, en La Villa de Los Santos.

Acontecer Social, Político y de la Iglesia de Panamá y Azuero.

Anita Moreno es testigo de primer orden de los cambios sociales, políticos y educativos que se dan en Panamá y Colombia a finales del siglo XIX y a lo largo del XX. Nació en 1887, año en el cual Roma y Bogotá firman el Concordato que pone fin a décadas de hostilidad entre la Iglesia y Colombia. Su vida transcurre entre la Separación del Istmo en 1903, todo el acontecer republicano y fallece en 1977, año en que finalmente se resuelven las graves discrepancias entre Panamá y los Estados Unidos con la ratificación de los Tratados del Canal. Anita Moreno es un signo de los tiempos y ella ve sucesos irrepetibles que marcan el desenvolvimiento integral de su país y de su región.

El arco de vida histórica de Anita Moreno quedó determinado por el ambiente social de estos siglos, y en Azuero, en la región central de Panamá, repercutían, con no pocas consecuencias, los influjos de un cambio absoluto para la configuración de la incipiente y nueva nación panameña.

En la década de 1880 en el interior del país las cosas no eran las mejores. Las poblaciones no pasaban de escuálidos centros con casas de quincha y tejas, bohíos de paja y una que otra construcción de mampostería, que en algunos casos eran los templos y no todos.

La constitución Política de 1886, obra del presidente Rafael Núñez, eliminó el régimen federal que gozaba el Istmo y lo reemplazó por uno centralista que anuló la autonomía que disfrutó Panamá por tres décadas. Panamá regresa a su condición de departamento y fue nombrado como gobernador Don Alejandro Posada, quien reorganizó el Istmo en seis provincias. La provincia de Los Santos tenía su capital en La Villa de Los Santos.

Según el censo de población del Estado de Panamá que ordenó el obispo José Telésforo Paul, el departamento de Los Santos contaba con 37,670 habitantes. La población se dedicaba en su mayoría a la ganadería y a la agricultura, para la subsistencia, también suministraban productos a las ciudades de Panamá y Colón.

Eran los años más próximos a la Separación de Panamá de Colombia, cuando la pobreza y el sometimiento bogotano resentían las rancias estructuras conservadoras coloniales, casi extinguidas tras la independencia de España. Panamá pasó a ser un departamento colombiano hasta su independencia, el 3 noviembre de 1903. Estos son los tiempos en que Los Estados Unidos de Norteamérica encontrara intereses en tierras panameñas, aún cuando el pueblo veía pasar riquezas por sus tierras, propio de su vocación transitista; no obstante, nada de ello se quedaba en el Istmo.

En la transición del siglo XIX y XX, cuando el Istmo panameño surge como nuevo Estado, con una indiscutible vocación trasitista de alcance mundial, debido a la construcción del Canal, la mujer panameña era una subsidiaria para los servicios que producían la incipiente economía del país. Además, les estaba negado incontestablemente el acceso a la esfera política, porque la actuación social se reservaba exclusivamente a los varones. No obstante, nadie arriesgaba refutar que la mujer es quien da fondo y forma a la crianza de los hijos, convirtiéndose así en la garante transmisora de la fe, la configurante de la personalidad individual y colectiva; así como también, es la mujer el substrato fecundado de la cultura.

Era notorio que las mujeres no tuvieran un acceso al estudio siendo así que hasta más allá de la segunda mitad del siglo XIX seguían siendo las que única y exclusivamente desempeñaban las labores hogareñas, la acompañante del varón y el complemento de las tareas agrícolas y ganaderas; además, de ser un ente al que se le endilgaba una insuficiencia femenil para la instrucción.

Hoy todo es distinto. Las mujeres gozan de un especial impulso debido a la formación, la salud, el estudio, la adaptabilidad, la fe, la confianza en sí mismas, que las mujeres panameñas nutrieron desde siempre, abriéndose a nuevos horizontes culturales.

Estos acontecimientos fueron creando el ambiente de nuestros pueblos. Parecen irrelevantes para la región de Azuero; sin embargo, ya se estaban reseñados los futuros derroteros del pueblo azuerence, al que llegaban, por reflejos, los desafíos de la modernidad que estaba cerniéndose sobre Panamá. Aunado a las disensiones anárquicas entre las ideologías de los conservadores y los liberales miembros de honorables familias, pero antagónicas políticamente, aunque no exentas de las pendencias familiares causadas por la política heredada de la Gran Colombia.

La Iglesia también se sintió estremecida, debido a las vicisitudes causadas por la independencia de España que aún, en esta época de finales del siglo decimonónico, se estaba resarciendo; de modo que la histórica eclesiástica de Panamá siguió las vicisitudes de Colombia. En la vida nacional los gobiernos panameños no se perfilaban oficialmente católicos, contrario de la tendencia confesional católica colombiana.

La influencia del arzobispo José Telésforo Paúl en la elaboración de la Constitución colombiana de 1886 fue brillante y destacada, aunque discreta. La nueva Constitución ordenó la educación cristiana del pueblo colombiano y abrió la puerta a la celebración del Concordato, que habría de regularizar las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y resolver benignamente los graves problemas surgidos por la desamortización de los bienes de la Iglesia hecha por la revolución de 1860.

Igualmente, el arzobispo Paúl tuvo una gran intervención en el Concordato de 1887, que normalizó las relaciones entre la Santa Sede y la República de Colombia, interrumpidas desde 1853, cuando se estableció en la Constitución la separación entre la Iglesia y el Estado[1] en el gobierno del General José Hilario López. El estado colombiano se obliga en el concordato a darle una subvención a la Diócesis y el senado colombiano suspende del subsidio mientras este Departamento se mantenga en rebeldía a raíz de la Separación de Colombia. Hasta la fecha no se ha pagado. Con este dinero se mantenía el seminario fundado por Monseñor Francisco Javier Junguito, S.J.

Las circunstancias especiales de Panamá con la construcción de un canal interoceánico de gran magnitud, perteneciente a una potencia mundial de mayoría protestante, han creado condiciones religiosas difíciles y en constante evolución, para un país pequeño, de escasa población que entonces no llegaba a 300.000 habitantes. Además, la fábrica canalera atrajo hacia Panamá habitantes de diversas religiones o de ninguna; aunque la Iglesia en Panamá ha podido desarrollar su labor con bastante libertad y continuidad, a pesar de los escasos medios. Por eso se da con frecuencia gran ignorancia religiosa, explicada en parte por la escasez del clero. Hay zonas extremas, especialmente en el Darién, apenas visitadas por los misioneros encargados de la evangelización entre los indígenas. Sin embargo, la Iglesia ha ido organizándose, llamando a más misioneros y sacerdotes, multiplicando escuelas, colegios, centros benéficos y sociales. Se inauguró la Univ. Católica Nuestra Señora de La Antigua en mayo 1965, con varios centenares de estudiantes. Hay nuevo seminario dirigido por los paúles, nuevas iglesias, colegios y escuelas con miles de alumnos. En 1958 se celebraron en P. misiones populares en 286 centros durante un mes. Se celebraron o legitimaron 25.092 matrimonios y hubo alrededor de 800.000 comuniones. El presidente de la República, Ernesto de La Guardia leyó la consagración a los Sagrados Corazones de Jesús y María ante 26.000 asistentes.

[1] MOSQUERA GARCÉS, MANUEL. "Paúl y Su tiempo". En: La ciudad creyente. Bogotá , Ed. Centro, 1938. VARGAS PAÚL, GUILLERMO. El arzobispo Paúl y la transformación política de 1886. Bogotá, El Voto Nacional, 1964.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Artículo del semanario "Panorama Católico" de la Iglesia panameña


Entre los principales dones divinos y humanos e indisolubles del cristianismo, están la humildad y la mansedumbre, vertidos en la singularidad femenina de Anita Moreno, una mujer del Azuero que galopaba entre los siglos XIX y XX. Ella auscultaba con la mirada y descubría con el afecto la insondable intimidad de sus hijos de adopción. Su vida era alegre, su ánimo altivo, contenía un corazón creyente y belleza interior que ennoblecía y reconfortaba en el silente sosiego de su compañía. Anita Moreno fue fuerte y tenaz, valiente y entregada, arriesgada y virtuosa, orante y cabal. Ella prodigó durante 9 décadas la incontestable herencia espiritual de La Villa de Los Santos que perdura hasta hoy. Ella tenía la mirada puesta en la tierra y en el infinito.
Era Anita Moreno un ser de aquellos en los que se percibe una natural y humilde benevolencia para todos. Sus amigos cercanos que aún sobreviven al tiempo la recuerdan por su sentido de la humildad: “Ella nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita justamente porque era todo lo contrario, es decir su servicio. Yo no recuerdo que aquí, en mi tiempo, no se movieran cosas que tuvieran que ver con la Niña Anita y a ella nunca le vimos un gesto de egocentrismo ni de protagonismo, nada de eso y yo sinceramente nunca vi en ella un deseo de protagonizar; es decir, amaba a los pobres porque es lo que Jesús quería, amaba a los niños porque era lo que Jesús quería, se entregó totalmente a una labor espiritual y material de la iglesia por amor a Jesús, porque sí hizo trabajo material, pero todo era para agradar a Dios".
Anita Moreno conservaba un alto sentido moral que le exigía la construcción de una realidad edificante que humanizara y apremiara un auténtico acicate configurador de las relaciones amistosas que han perdurado en la mente de los que la recuerdan. De lo contrario, en la memoria histórica de La Villa de Los Santos no hubiera quedado vestigio alguno de una vida distinta a la de los demás, nimbada por el don de la Caridad que engendró la natural benevolencia de su corazón, puntualmente expresado en actitudes, gestos, vivencias de las comunes alegrías y tristezas de sus allegados y extraños. La confianza y el respeto que Anita tributaba a todos los que la conocían y ella intentaba conocer, trascendía los límites de la simple materialidad de las cosas. Los regalos, ofrendas y donativos que de su mano ofrecía ya no tenían el simple valor material, sino que en virtud de querer dar algo a los que amaba y querer el bien para el otro, se entregaba a sí misma sin reparos ni excesivas reservas humanas. Por esta razón Anita Moreno fue una mujer de cabal sentido humanitario, de fuerte experiencia religiosa y ciudadana de talante servicial y correcto. Ella cumplía de buena fe con sus obligaciones morales, tanto personales, como colectivas, que la elevó a la más alta estima debido a su natural generosidad y humildad que felizmente le condujo al solio de la santidad: “Ella hacía cosas que otros no eran capaces de hacer, por ejemplo el acercamiento de la Niña Anita a los pobres, que no lo hace cualquiera, en su propia casa, en su propio patio, al que se le acercaba ella lo trataba, nunca se le veía una cara mala”. “Sus actitudes de humildad, sus actitudes de acercamiento, ese testimonio, ella a todos nos decía «mi’jito, mi’jita», eso acercaba a ella”.
Anita Moreno es por excelencia la custodia de las prominentes virtudes cristianas que enseñó y cultivó por muchas décadas: “Uno se va a la gran obra de la mujer, la Niña Anita hizo muchas cosas, pero muy poca gente es capaz de llegar a la esencia de lo que ella fue capaz de dar. Es que la Niña Anita hizo muchas cosas pero entre esas formó a mucha gente, de la misma manera que yo siento que hay gente que siente a sí mismo, es que ella a mí particularmente me enseño a amar a Dios, quizá sin tener un concepto claro de la presencia del misterio, pero en su forma de ser y en su coherencia de vida ella nos dio a nosotros ejemplo. Entonces a mí me gusta más esta faceta de su vida porque es lo que al final de cuenta ha quedado. De pronto uno quiere retomar muchas actividades que ella hacía pero, yo creo que lo más importante para nosotros en el fondo fue lo que aprendimos de ella y lo más importante fue que amamos a Dios porque ella fue quien nos habló de Dios por primera vez y lo hizo de una manera extraordinaria”. En fin, “si hay alguien que es el sinónimo de seriedad, de castidad, de santidad, es la Niña Anita”. Ella brillaba con luz propia. Y la fidelidad en todos los aspectos la caracterizan como una mujer probada en el amor y la inalterabilidad del cumplimiento de su misión caritativa. Por eso es digno de alabarse la sencillez de vida, demostrada hasta el final de su existencia en la tierra.

lunes, 13 de octubre de 2008

EL REY DE LA GLORIA


El siguiente es el himno "El Rey de la Gloria, que se utiliza en la posa en el Santo Sepulcro, del Viernes Santo, al terminar la procesión y junto a la puerta principal de la iglesia.

¿Cómo podrá el sentimiento
Ocultar al corazón?/
/Viéndose en tantas tinieblas
Eclipsado, eclipsado, el mejor sol./

¡Ay que dolor!
/Ver al Rey de la Gloria,
ver al Rey de la Gloria,
Ver al Rey de la Gloria
En tanta aflicción./

/La tierra tiembla y se parte
Y se cubre de capus el sol./
/Las piedras se despedazan
Cuando muere, cuando muere, el Redentor./

LA ORACIÓN Y LA VIDA EUCARISTICA DE ANITA MORENO


El Presbítero Daniel Poveda señala que “no hubo un día en que Anita Moreno dejase de asistir a la celebración eucarística, y de acercarse devotamente a recibir la Santa Comunión, pues era ella una católica de confesión frecuente y comunión diaria”. “No faltaba a Misa, no sólo los domingos, todos los días iba a misa. Además, ella iba indicando todas las partes de la Misa, iba todos los días”. La vida orante de Anita Moreno, fruto de sus fervientes visitas al Santísimo Sacramento, le han forjado una espiritualidad eucarística sin igual, porque la eucaristía ilumina la senda y aporta vitalidad al camino de la santidad del cristiano. Es en la Eucaristía donde el hombre se convierte en una nueva criatura llevando siempre en el cuerpo la muerte y resurrección de Jesús y así se manifestó en Anita Moreno con razón de la comunión intensa en la oración que ella mantenía junto al sagrario: “Ella delante del Santísimo se arrodillaba, se arrodillaba con las dos rodillas en tierra y con aquella sumisión, que, mira, que muchas veces yo llegué a compararla con la Virgen María, porque ella era muy sumisa, muy humilde ante el Santísimo y ella fue una de las que me dijo a mí siempre sé amiga del Santísimo y ella siempre se arrodillaba por delante del Santísimo y eso me quedó grabado en la mente".

Este testimonio lo repiten muchos otros contemporáneos de Anita Moreno, indicativo de los muchos momentos durante el día en que Anita visitaba la iglesia para encontrarse y contemplar a Jesús Sacramentado en la adoración cotidiana. Allí encontró Anita la verdadera fuente que mantenía su existencia y su fuerte actividad apostólica.

El siguiente es un testimonio ecepcional: Yo una vez, estando la Niña Anita enferma, ya le habían diagnosticado sus problemas (arteriosclerosis). A ella le habían prohibido visitar la iglesia, sino era sólo con su familia, porque ella se emocionaba muchísimo. Ella me dijo que por qué no le llevaba a la iglesia, yo asumí el riesgo de llevarla y escondido, la llevé a la iglesia en el carro que yo tenía en ese tiempo y yo la llevé hasta el Santísimo y ahí pasó algo que nunca se me olvidará. Cuando ella estaba ante el Santísimo, ella dijo: «he aquí a tu peor pecadora». Pero me asusté muchísimo. Ella se desprendió en ese instante, ahí quedó el cascarón de la Niña Anita, me aprisionaba y no reaccionaba, su alma salió de su cuerpo y al tiempo volvió su alma al cuerpo. Ella se puso inmóvil y como que volvió. Ella se fue y al tiempo su alma volvió al cuerpo”.

De acuerdo a los diversos testimonios que hemos recabado, era frecuente encontrar a Anita Moreno en el templo, cerca del presbiterio, concentrada en su oración personal y fija la mirada en el Sagrario y sobre todo en la celebración de la Eucaristía: “Yo podía ver esa concentración que tenía ante la misa, con esa voz que tenía, al tocar el piano lo hacía con admiración aunque lo tocara mal, pero lo hacía con delicadeza".

Anita recitaba continuamente “la oración esta que dice generalmente al final de la adoración del Santo Sacramento: «Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del Costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh buen Jesús, óyeme! Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén». Esta era una oración que ella siempre tenía en su boca. Yo conocí esa oración con ella. Ella le tenía mucho afecto a María y de hecho la entusiasmaba mucho, pero era bien conciente de Jesús Eucaristía, ella amaba a Jesús y ella nos inculcaba a nosotros el amor a Jesús Sacramentado y a pesar de que en ese tiempo las eucaristías eran en latín y si no hubiese sido por ella, nosotros no hubiéramos aprendido a amar a Jesús y a María, porque no teníamos otra forma todo era en latín. Entonces uno perseveraba alrededor de las cosas que ella nos enseñó. Sembró en nosotros el amor a la Virgen y el amor a Jesús Sacramentado. Porque yo a veces digo, si nosotros no la hubiésemos tenido a ella con las misas en latín, con los sacerdotes como tan a distancia que eran unos santos para uno, esos sacerdotes eran algo fuera de serie, entonces uno ni se atrevía a acercarse. Cómo íbamos nosotros a aprender de Dios si no fue a través de la Niña Anita, ella fue, definitivamente. Yo puedo hablar por los de mi generación y hasta de las de antes que encontramos en las Hijas de María. Para mí ella ha sido un pilar fundamental de mi fe. Ella la promovió y la mantuvo”.

Dentro del ciclo de las celebraciones del calendario romano destaca la solemnidad del Corpus Christi. Anita Moreno correspondía con su particular entusiasmo en lo concerniente a estas celebraciones, que gozan de especial solemnidad y folclor en La Villa de Los Santos. Según las impresiones de Narciso Garay en su visita de observación y estudio escribió las siguientes descripciones: después de la misa cantada que celebra la iglesia del pueblo con toda la pompa realizable en el lugar, sale la procesión del Santísimo Sacramento, a la cual participa todo el concurso de los fieles. Los caballeros principales llevan las varas del palio o cirios encendidos. La masa popular y campesina lleva cirios o no, pero acompaña el cortejo a cabeza descubierta y al parecer poseída de profunda fe. Los señores del pueblo han preparado entre tanto sus residencias para recibir la visita del Santísimo y han convertido en capilla uno de los aposentos de la casa que miran a la calle. Con gran profusión de flores, vasos y ornamentos sagrados, procedentes a veces de algún viejo altar de la misma iglesia parroquial, las casas señoriales de la Villa aderezan sus altares privados y ofrecen la mejor hospitalidad posible al Divino Redentor, a los sacerdotes y oficiantes y al pueblo que los escolta.

Una docena de visitas hace el Santísimo, dejando a su paso por las calles, espirales de incienso que el viento deshace, rumores de antífonas y salmos gregorianos entonados al aire libre por el señor cura y sus auxiliares; notas de violines y flautas y acentos de voces humanas que resuenan bajo el techo de las casas principales y exhalan en cantos litúrgicos la devoción de aquellas almas buenas y sencillas que creen, oran y esperan.