jueves, 6 de noviembre de 2008

Artículo del semanario "Panorama Católico" de la Iglesia panameña


Entre los principales dones divinos y humanos e indisolubles del cristianismo, están la humildad y la mansedumbre, vertidos en la singularidad femenina de Anita Moreno, una mujer del Azuero que galopaba entre los siglos XIX y XX. Ella auscultaba con la mirada y descubría con el afecto la insondable intimidad de sus hijos de adopción. Su vida era alegre, su ánimo altivo, contenía un corazón creyente y belleza interior que ennoblecía y reconfortaba en el silente sosiego de su compañía. Anita Moreno fue fuerte y tenaz, valiente y entregada, arriesgada y virtuosa, orante y cabal. Ella prodigó durante 9 décadas la incontestable herencia espiritual de La Villa de Los Santos que perdura hasta hoy. Ella tenía la mirada puesta en la tierra y en el infinito.
Era Anita Moreno un ser de aquellos en los que se percibe una natural y humilde benevolencia para todos. Sus amigos cercanos que aún sobreviven al tiempo la recuerdan por su sentido de la humildad: “Ella nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita justamente porque era todo lo contrario, es decir su servicio. Yo no recuerdo que aquí, en mi tiempo, no se movieran cosas que tuvieran que ver con la Niña Anita y a ella nunca le vimos un gesto de egocentrismo ni de protagonismo, nada de eso y yo sinceramente nunca vi en ella un deseo de protagonizar; es decir, amaba a los pobres porque es lo que Jesús quería, amaba a los niños porque era lo que Jesús quería, se entregó totalmente a una labor espiritual y material de la iglesia por amor a Jesús, porque sí hizo trabajo material, pero todo era para agradar a Dios".
Anita Moreno conservaba un alto sentido moral que le exigía la construcción de una realidad edificante que humanizara y apremiara un auténtico acicate configurador de las relaciones amistosas que han perdurado en la mente de los que la recuerdan. De lo contrario, en la memoria histórica de La Villa de Los Santos no hubiera quedado vestigio alguno de una vida distinta a la de los demás, nimbada por el don de la Caridad que engendró la natural benevolencia de su corazón, puntualmente expresado en actitudes, gestos, vivencias de las comunes alegrías y tristezas de sus allegados y extraños. La confianza y el respeto que Anita tributaba a todos los que la conocían y ella intentaba conocer, trascendía los límites de la simple materialidad de las cosas. Los regalos, ofrendas y donativos que de su mano ofrecía ya no tenían el simple valor material, sino que en virtud de querer dar algo a los que amaba y querer el bien para el otro, se entregaba a sí misma sin reparos ni excesivas reservas humanas. Por esta razón Anita Moreno fue una mujer de cabal sentido humanitario, de fuerte experiencia religiosa y ciudadana de talante servicial y correcto. Ella cumplía de buena fe con sus obligaciones morales, tanto personales, como colectivas, que la elevó a la más alta estima debido a su natural generosidad y humildad que felizmente le condujo al solio de la santidad: “Ella hacía cosas que otros no eran capaces de hacer, por ejemplo el acercamiento de la Niña Anita a los pobres, que no lo hace cualquiera, en su propia casa, en su propio patio, al que se le acercaba ella lo trataba, nunca se le veía una cara mala”. “Sus actitudes de humildad, sus actitudes de acercamiento, ese testimonio, ella a todos nos decía «mi’jito, mi’jita», eso acercaba a ella”.
Anita Moreno es por excelencia la custodia de las prominentes virtudes cristianas que enseñó y cultivó por muchas décadas: “Uno se va a la gran obra de la mujer, la Niña Anita hizo muchas cosas, pero muy poca gente es capaz de llegar a la esencia de lo que ella fue capaz de dar. Es que la Niña Anita hizo muchas cosas pero entre esas formó a mucha gente, de la misma manera que yo siento que hay gente que siente a sí mismo, es que ella a mí particularmente me enseño a amar a Dios, quizá sin tener un concepto claro de la presencia del misterio, pero en su forma de ser y en su coherencia de vida ella nos dio a nosotros ejemplo. Entonces a mí me gusta más esta faceta de su vida porque es lo que al final de cuenta ha quedado. De pronto uno quiere retomar muchas actividades que ella hacía pero, yo creo que lo más importante para nosotros en el fondo fue lo que aprendimos de ella y lo más importante fue que amamos a Dios porque ella fue quien nos habló de Dios por primera vez y lo hizo de una manera extraordinaria”. En fin, “si hay alguien que es el sinónimo de seriedad, de castidad, de santidad, es la Niña Anita”. Ella brillaba con luz propia. Y la fidelidad en todos los aspectos la caracterizan como una mujer probada en el amor y la inalterabilidad del cumplimiento de su misión caritativa. Por eso es digno de alabarse la sencillez de vida, demostrada hasta el final de su existencia en la tierra.

lunes, 13 de octubre de 2008

EL REY DE LA GLORIA


El siguiente es el himno "El Rey de la Gloria, que se utiliza en la posa en el Santo Sepulcro, del Viernes Santo, al terminar la procesión y junto a la puerta principal de la iglesia.

¿Cómo podrá el sentimiento
Ocultar al corazón?/
/Viéndose en tantas tinieblas
Eclipsado, eclipsado, el mejor sol./

¡Ay que dolor!
/Ver al Rey de la Gloria,
ver al Rey de la Gloria,
Ver al Rey de la Gloria
En tanta aflicción./

/La tierra tiembla y se parte
Y se cubre de capus el sol./
/Las piedras se despedazan
Cuando muere, cuando muere, el Redentor./

LA ORACIÓN Y LA VIDA EUCARISTICA DE ANITA MORENO


El Presbítero Daniel Poveda señala que “no hubo un día en que Anita Moreno dejase de asistir a la celebración eucarística, y de acercarse devotamente a recibir la Santa Comunión, pues era ella una católica de confesión frecuente y comunión diaria”. “No faltaba a Misa, no sólo los domingos, todos los días iba a misa. Además, ella iba indicando todas las partes de la Misa, iba todos los días”. La vida orante de Anita Moreno, fruto de sus fervientes visitas al Santísimo Sacramento, le han forjado una espiritualidad eucarística sin igual, porque la eucaristía ilumina la senda y aporta vitalidad al camino de la santidad del cristiano. Es en la Eucaristía donde el hombre se convierte en una nueva criatura llevando siempre en el cuerpo la muerte y resurrección de Jesús y así se manifestó en Anita Moreno con razón de la comunión intensa en la oración que ella mantenía junto al sagrario: “Ella delante del Santísimo se arrodillaba, se arrodillaba con las dos rodillas en tierra y con aquella sumisión, que, mira, que muchas veces yo llegué a compararla con la Virgen María, porque ella era muy sumisa, muy humilde ante el Santísimo y ella fue una de las que me dijo a mí siempre sé amiga del Santísimo y ella siempre se arrodillaba por delante del Santísimo y eso me quedó grabado en la mente".

Este testimonio lo repiten muchos otros contemporáneos de Anita Moreno, indicativo de los muchos momentos durante el día en que Anita visitaba la iglesia para encontrarse y contemplar a Jesús Sacramentado en la adoración cotidiana. Allí encontró Anita la verdadera fuente que mantenía su existencia y su fuerte actividad apostólica.

El siguiente es un testimonio ecepcional: Yo una vez, estando la Niña Anita enferma, ya le habían diagnosticado sus problemas (arteriosclerosis). A ella le habían prohibido visitar la iglesia, sino era sólo con su familia, porque ella se emocionaba muchísimo. Ella me dijo que por qué no le llevaba a la iglesia, yo asumí el riesgo de llevarla y escondido, la llevé a la iglesia en el carro que yo tenía en ese tiempo y yo la llevé hasta el Santísimo y ahí pasó algo que nunca se me olvidará. Cuando ella estaba ante el Santísimo, ella dijo: «he aquí a tu peor pecadora». Pero me asusté muchísimo. Ella se desprendió en ese instante, ahí quedó el cascarón de la Niña Anita, me aprisionaba y no reaccionaba, su alma salió de su cuerpo y al tiempo volvió su alma al cuerpo. Ella se puso inmóvil y como que volvió. Ella se fue y al tiempo su alma volvió al cuerpo”.

De acuerdo a los diversos testimonios que hemos recabado, era frecuente encontrar a Anita Moreno en el templo, cerca del presbiterio, concentrada en su oración personal y fija la mirada en el Sagrario y sobre todo en la celebración de la Eucaristía: “Yo podía ver esa concentración que tenía ante la misa, con esa voz que tenía, al tocar el piano lo hacía con admiración aunque lo tocara mal, pero lo hacía con delicadeza".

Anita recitaba continuamente “la oración esta que dice generalmente al final de la adoración del Santo Sacramento: «Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del Costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh buen Jesús, óyeme! Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén». Esta era una oración que ella siempre tenía en su boca. Yo conocí esa oración con ella. Ella le tenía mucho afecto a María y de hecho la entusiasmaba mucho, pero era bien conciente de Jesús Eucaristía, ella amaba a Jesús y ella nos inculcaba a nosotros el amor a Jesús Sacramentado y a pesar de que en ese tiempo las eucaristías eran en latín y si no hubiese sido por ella, nosotros no hubiéramos aprendido a amar a Jesús y a María, porque no teníamos otra forma todo era en latín. Entonces uno perseveraba alrededor de las cosas que ella nos enseñó. Sembró en nosotros el amor a la Virgen y el amor a Jesús Sacramentado. Porque yo a veces digo, si nosotros no la hubiésemos tenido a ella con las misas en latín, con los sacerdotes como tan a distancia que eran unos santos para uno, esos sacerdotes eran algo fuera de serie, entonces uno ni se atrevía a acercarse. Cómo íbamos nosotros a aprender de Dios si no fue a través de la Niña Anita, ella fue, definitivamente. Yo puedo hablar por los de mi generación y hasta de las de antes que encontramos en las Hijas de María. Para mí ella ha sido un pilar fundamental de mi fe. Ella la promovió y la mantuvo”.

Dentro del ciclo de las celebraciones del calendario romano destaca la solemnidad del Corpus Christi. Anita Moreno correspondía con su particular entusiasmo en lo concerniente a estas celebraciones, que gozan de especial solemnidad y folclor en La Villa de Los Santos. Según las impresiones de Narciso Garay en su visita de observación y estudio escribió las siguientes descripciones: después de la misa cantada que celebra la iglesia del pueblo con toda la pompa realizable en el lugar, sale la procesión del Santísimo Sacramento, a la cual participa todo el concurso de los fieles. Los caballeros principales llevan las varas del palio o cirios encendidos. La masa popular y campesina lleva cirios o no, pero acompaña el cortejo a cabeza descubierta y al parecer poseída de profunda fe. Los señores del pueblo han preparado entre tanto sus residencias para recibir la visita del Santísimo y han convertido en capilla uno de los aposentos de la casa que miran a la calle. Con gran profusión de flores, vasos y ornamentos sagrados, procedentes a veces de algún viejo altar de la misma iglesia parroquial, las casas señoriales de la Villa aderezan sus altares privados y ofrecen la mejor hospitalidad posible al Divino Redentor, a los sacerdotes y oficiantes y al pueblo que los escolta.

Una docena de visitas hace el Santísimo, dejando a su paso por las calles, espirales de incienso que el viento deshace, rumores de antífonas y salmos gregorianos entonados al aire libre por el señor cura y sus auxiliares; notas de violines y flautas y acentos de voces humanas que resuenan bajo el techo de las casas principales y exhalan en cantos litúrgicos la devoción de aquellas almas buenas y sencillas que creen, oran y esperan.

domingo, 5 de octubre de 2008

HIJA PREDILECTA DE LA VILLA DE LOS SANTOS EN 1946


También Ana María Moreno fue objeto de algunas distinciones merecidas, como el homenaje apoteósico popular en el año 1946, en el que recibiera el reconocimiento y respeto de todo su pueblo. Entre poemas, telegramas, cánticos, medallas y discursos, El Honorable Consejo Municipal la declaró "Hija Predilecta de La Villa de Los Santos", con la Resolución número 2 del 31 de agosto de 1946, por la cual se declara a la Señorita Ana María Moreno, Hija Predilecta de La Villa de Los Santos. La resolución reza lo siguiente:

“El Consejo Municipal del Distrito de Los Santos, considerando que la ciudad de Los Santos, tributa hoy a la señorita Ana María Moreno reconocimiento público por sus servicios prestados a la comunidad panameña, que a pesar de que la señorita Ana María Moreno nació en la vecina ciudad de Macaracas sus desvelos por el progreso de este pueblo la han hecho merecedora del reconocimiento público y que es deber del Consejo Municipal de este distrito, fiel intérprete y representante genuino de la colectividad santeña, adherirse a este acto, con le cual se estimula a las generaciones venideras para que sigan en su lucha por el bienestar de la comunidad en general, resuelve: Declarar a la señorita ana María Moreno Hija Predilecta de La Villa de Los Santos en recompensa a los servicios prestados por ella a la comunidad panameña. Adherirse al reconocimiento público que en la noche de hoy 31 de agosto le tributa el pueblo de Los Santos y nombrar una comisión especial para que en nombre de este Consejo Municipal ponga en manos de la señorita Moreno copia auténtica de esta resolución con su correspondiente nota de estilo.
Dado en la ciudad de Los Santos a los 31 días del mes de agosto de 1946.
El Presidente: Enrique Cedeño Bernal
La Secretaria: Ana Elida Vásquez T.”

A continuación reproducimos el humilde, sentido y sereno discurso que pronunciara La Niña Anita con motivos de tan importante distinción distrital:

“Damas y Caballeros:

Yo no sé hablar. Solamente sé sentir, amar, sufrir y llorar que es lo que aprendemos todas las mujeres.

Si yo supiera hablar, si supiera expresar en forma bella los sentimientos del alma, qué palabras tan hermosas os diría en esta noche. Me equivoco. Aunque supiera hablar y tuviera el don de saber expresarme en un lenguaje seductor, me sería imposible manifestar en estos momentos todo lo que siento. Hay sentimientos en el corazón que químicamente se pueden manifestar con lágrimas y con besos. Sí, os lo aseguro, he de testimoniaros muchas veces, mi reconocimiento profundo y sincero.

Esta medalla que benévolamente habéis colocado en mi pecho, simboliza para mí el corazón de La Villa, y siempre que la bese estaré en ella, emocionada y agradecida, del corazón de todos los santeños.

Si he aceptado este homenaje honrosísimo para mí, creedme, no lo he hecho porque crea ser merecedora de él, no, no, nunca he pensado que esta manifestación de aprecio y cariño fuera recompensa de virtudes y galardón de méritos que no poseo.

Si he aceptado este tributo de simpatía, lo he hecho únicamente porque he comprendido que era un gesto de gentileza, una galantería fina y delicada para una de las mujeres de la noble y heroica Villa de Los Santos, que ha sido entre todas las ciudades panameñas, la ciudad hidalga por excelencia.

Yo no he hecho nada que sea merecedora a este magnífico homenaje. Lo único que he hecho es amar a Dios y querer a mi pueblo, y por su amor, adornar y embellecer lo que mi pueblo más quiere: su iglesia, a fin de que todos cuantos la visitaran, especialmente en las solemnidades de la Semana Santa, al verla glorificaran a Dios y admiraran a la Villa, y de ella se llevaran gratísimos recuerdos.

Este es el único mérito que os puedo ofrecer en esta exaltación gloriosa: El amar a La Villa de Los Santos y el amar a la Joya de su Templo. El recuerdo de este día será uno de los recuerdos más consoladores de mi vida, será para mi alma una aureola de luz y de gloria, y para mi corazón, un poderoso y constante estímulo al trabajo. Mi espíritu se conforta y me anima a vivir, para seguir trabajando en cuanto pueda ser útil a todos, siempre que con ello remedie una necesidad y pueda poner en práctica la doctrina del Divino Maestro. Mis gracias al Honorable Consejo Municipal por haberme declarado, en gesto desprendido “Hija Predilecta de La Villa de Los Santos”; y mil gracias así mismo al Comité “Diez de Noviembre” por su honroso pergamino y mi retrato, obsequio benévolo del artista Don Virgilio Cedeño y a todas las personas y entidades que de alguna manera hayan contribuido a este homenaje, mi reconocimiento sincero, fervoroso y eterno.

La última palabra para la iniciadora y organizadora de este conmovedor agasajo: Fermina, del alma, cómo te podré agradecer y pagar lo mucho que por mí has hecho ¡Sólo con un abrazo, permíteme que te abrace, porque el abrazarte a ti es mi deseo abrazar en tu persona a todos y cada uno de mis queridos santeños".

jueves, 2 de octubre de 2008

Retrato


La fisonomía de Anita Moreno queda delineada en el siguiente retrato que trazan los testigos oculares de su tiempo y de su obra social y cristiana. Para conservar mayor fidelidad a la descripción de los testigos, copio literalmente sus propias expresiones: “Físicamente era muy hermosa", “una cara muy bonita, blanca, perfilada, ojos celestes y pelo largo, peinado hacia atrás”; indicativo de la profundidad de su entendimiento y la madurez del juicio. “Siempre fue de un físico agradable, bonita, blanca, ojos azules y de aspecto llamativo y algunos decían que se parecía a la Virgen María", por su imagen vigorosa y bien definida, de acertados razonamientos, virtud sólida y frecuente oración tensada por el continuo trabajo. “Tenía una voz especial como de santa”.

“Andaba con zapatos de pana negra” y “vestidos largos de colores oscuros, los de luto, con dos bolsillos en la parte inferior a la altura de la cadera”. “Humildemente se acercaba y alejaba, humildemente agachaba la cabeza y se retiraba, nunca rechistó ni media palabra, siempre fue sumisa y humilde”.

Durante sus años de juventud podía recorrer con vigorosa disposición las calles de la comunidad haciendo significativos esfuerzos por sus creativas e inteligentes actividades económicas, necesarias para socorrer a sus amados pobres y engalanar las festividades que el calendario litúrgico ordenaba. En la vejes se le veía caminar hacia el templo con pasos cortos y decididos para corresponder con su providencial auxilio en la liturgia o para asistir a enfermos y moribundos. Saludaba a todos cuantos se encontrara en el camino, no tenía distinciones de personas y para todos ofrecía una palabra de saludo, aliento, ánimo y esperanza.

“Le gustaba hacer las cosas en grande, ella no se contentaba con una celebración sencilla, ella no escatimaba esfuerzo por hacer algo en grande”. Esta era una constante característica biográfica que se perpetuó en la vida celebrativa de La Villa de Los Santos; así, las fiestas solemnes las hacía fulgurar por la sencillez y nobleza del corazón que ama la belleza divina plasmada en las obras humanas, porque “en ella estaba la santa gracia de Dios”, ya que vivió según el corazón de Dios.

jueves, 28 de agosto de 2008

IN MEMORIAM


Señor Dios, que has querido que Ana María, a través de la muerte, fuera configurada con Cristo, que por nosotros murió en la cruz; por la gracia renovadora de la Pascua y por la intercesión de Santa María, bendice el amor que Ana María siempre nos tuvo en la tierra, aleja de ella todo vestigio de corrupción terrena; y pues quisiste marcarla en su vida mortal con el sello del Espíritu Santo y alimentarla con el cuerpo y sangre de Cristo, dígnate también resucitarla un día a la vida eterna de la gloria y que desde el cielo continúe animándonos en el camino de la fe.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

lunes, 25 de agosto de 2008

Cantoral

Salve, salve, cantad a María

Que más puro que tú sólo Dios.

/Y en el cielo una voz repetía:

Más que tú, sólo Dios, sólo Dios./

¡Ay! Bendito el Señor que en la tierra

Pura y limpia te quiso formar

/Como forma el diamante la cierra

Como cuaja las perlas el mar./

Al mirarte entre el ser y la nada

Modelando tu cuerpo exclamó:

/Desde el vientre será Inmaculada

Si del suyo nacer debo yo./

Con torrentes de luz que te inundan

Los Arcángeles besan tus pies

/Las estrellas tu frente circundan

Y hasta Dios complacido te ve./

CONTRIBUCIÓN SOCIAL DE ANITA MORENO EN LA VILLA DE LOS SANTOS

Es digno destacar con satisfacción y gozo que Ana María Moreno Castillo, en los años comprendidos entre 1912 y 1916, ejerció la docencia como educadora de primera enseñanza. La instrucción que recibían sus pupilos era obligatoria, determinada por la instancia superior. Los niños que educó Anita Moreno comprendían entre los 7 y 15 años de edad, ayudada por los padres de familia o tutores que tenían la obligación de enviar a sus hijos a las aulas; no obstante, existían padres de familia que coartaban a sus hijos la asistencia a las aulas porque pensaban que los hijos “se ponían flojos”; además, los padres preferían que sus hijos trabajaran para el propio sostenimiento y el familiar, en lugar de desarrollar la inteligencia por causa de una mal entendida ausencia de ideas y de ideales.

Vemos, entonces, a la Niña Anita enseñando el Castellano, llamado posteriormente Español, la Aritmética, Urbanidad, Religión y otras asignaturas propias de la primera enseñanza, que ella impartía sacando provecho de sus propios conocimientos, que ella impartía empíricamente, puesto que no se formó en el Magisterio. Este oficio de maestra, que Anita Moreno desempeñó durante un corto tiempo, hubo de ser un verdadero apostolado, fácilmente asumible sin hacer antes un exhaustivo examen de conciencia con el fin de determinar si existe o no la vocación necesaria para la educación en cualquiera de sus facetas.

Por lo tanto Anita Moreno mantuvo durante todas sus actividades docentes, en la escuela, -cuyos aulas eran las salas principales de la propia residencia- y en la catequesis o doctrina como antaño se llamaba, un determinante talante vocacional, un especial espíritu de desinterés, el sentido de sacrificio y el amor a la verdad por la verdad misma. Cualificaciones necesarias para determinar los votos propios del educador y cuyo cumplimiento los transmitió grandemente en la contribución del ascendiente moral que alcanzaron los pupilos que asistían a las aulas domésticas, es decir, la salas de clases estaban ubicadas en las residencias de las maestras.

Extendió su labor docente en la Parroquia de Los Santos, donde preparaban a los niños para su Primera Comunión, lo que hizo por espacio de muchísimos años, no sólo en su pueblo, sino también en los corregimientos del distrito. “Había que ver aquel respeto que ellos (los niños) sentía por la Niña Anita, no temor, no es que le teníamos miedo a la Niña Anita, es que la respetábamos. Ella se paraba frente a nosotros y todo el mundo hacía silencio, nada más que ella se paraba allí, era suficiente y todos los niños hacían silencio no por temor sino por respeto”. La sobriedad de su persona y la sencillez de los modales ejercían una fuerza arrolladora ante todos los que la frecuentaban en la enseñanza de la doctrina cristiana, cuyo influjo espiritual causaba una fascinación conductora de la trascendencia divina.

viernes, 8 de agosto de 2008

CANTORAL


1.- Madre, tu mirada bella,

Tiende presto con ardor,

A estos hijos que te aclaman,

¡dulce Madre de mi amor!


Virgen bella entre las bellas,

Limpio y puro manantial,

Riega la existencia mía

Con la luz de tu mirar.


A Jesús dile, ¡oh, Madre!

Que mi vida suya es

Que en la pena y en la calma

Quiero siempre tuyo ser.


¡Oh, María tierna y bella

En tu seno virginal

Quiero ¡oh, Madre bondadosa!

Siempre, siempre descansar.


Cada día, cada hora

Te repite sin cesar

A tu hijo que te adora

No lo puedes olvidar.


CUALIDADES QUE ADORNABAN A ANITA MORENO

Entre los principales dones divinos y humanos e indisolubles del cristianismo, están la humildad y la mansedumbre, vertidos en la singularidad femenina de Anita Moreno, una mujer del Azuero que galopaba entre los siglos XIX y XX. Ana María Moreno Castillo es irrefutablemente un emblema de la mujer que conoce e indaga los remotos limos de la historia de los miembros de la familia biológica y pueblerina, donde se recrean los sentimientos profundos de la maternidad, la conservación, la fe y las costumbres de los buenos hijos.

Ella auscultaba con la mirada y desvelaba con los sentimientos la insondable intimidad de sus hijos de adopción. Su vida era alegre, su ánimo altivo, contenía un corazón creyente y belleza interior que ennoblece el semblante y reconforta en el silente sosiego de su compañía. Anita Moreno fue fuerte y tenaz, valiente y entregada, arriesgada y virtuosa, rezadora y cabal. Ella ha prodigado durante tantas décadas una inconfundible herencia espiritual, don de una vida y de una fuerte fe que perdura hasta hoy. Ella tenía la mirada puesta en la tierra y en el infinito, allí donde el empíreo se funde con la tierra. La celestial morada de Dios con los hombres.


En la historia de La Niña Anita, se descubren estas facetas propias de la vida habitual de su tiempo. Llenó un espacio de fundamental importancia que perdura hasta hoy. Incluso se ha dicho con propiedad que todo lo bueno de La Villa de Los Santos se resume en La Niña Anita, por ende, con su desaparición física, todo lo bueno se ha ido.

Era Anita Moreno un ser de aquellos en los que se percibe una natural y humilde benevolencia para con todos, pues ella estaba orientada a querer el bien del otro, de quien ella se sentía amiga y quien nunca desearía el mal para el otro. Sus amigos cercanos la recuerdan por su sentido de la humildadElla nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita justamente porque era todo lo contrario, es decir su servicio. Yo no recuerdo que aquí, en mi tiempo, no se movieran cosas que tuvieran que ver con la Niña Anita y a ella nunca le vimos un gesto de egocentrismo ni de protagonismo, nada de eso y yo sinceramente lo que les he dicho es porque yo nunca vi en lo de ella un deseo de protagonizar; es decir, amaba a los pobres porque es lo que Jesús quería, amaba a los niños porque era lo que Jesús quería, se entregó totalmente a una labor espiritual y material de la iglesia por amor a Jesús, porque si hizo trabajo material pero todo era para engrandecer a Dios".

Anita Moreno conservaba un alto sentido moral que le exigía la construcción de una realidad edificante que humanizara y persiguiera un auténtico bienestar configurante de las relaciones amistosas que han perdurado en la mente de los que la recuerdan. De lo contario, en la memoria histórica de los contemporáneos de Anita Moreno no hubieran quedado los vestigios de una vida distinta a la de los demás, nimbada por el don de la Caridad que engendró la natural benevolencia de su corazón, puntualmente expresado en actitudes, gestos, vivencias de las comunes alegrías y tristezas de sus allegados y extraños: Ella nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita, precisamente por lo contrario, nunca tuvo un gesto de egocentrismo y protagonismo, lo que les he dicho, amaba a los pobres y a los niños porque era lo que Jesús quería”.

La confianza y el respeto que Anita tributaba a todos los que la conocían y ella intentaba conocer, trascendía los límites de la simple materialidad de las cosas. Los regalos, ofrendas y donativos que de su mano ofrecía ya no tenían el simple valor material, sino que en virtud de querer dar algo a los que amaba y querer el bien para el otro, se entregaba a sí misma sin reparos ni reservas humanas. Por esta razón Anita Moreno fue una mujer de cabal sentido humanitario, de fuerte experiencia religiosa y ciudadana de talante servicial y correcto. Ella cumplía de buena fe con sus obligaciones morales, tanto personales, como colectivas, que la elevó a la más alta estima debido a su natural generosidad y humildad que felizmente le condujo al solio de la santidad: “Ella hacía cosas que otros no eran capaces de hacer, por ejemplo el acercamiento de la Niña Anita a los pobres, que no lo hace cualquiera, en su propia casa, en su propio patio, al que se le acercaba ella lo trataba, nunca se le veía un cara mala”. “Sus actitudes de humildad, sus actitudes de acercamiento, ese testimonio, ella a todos nos decía «mi’jito, mi’jita», eso acercaba a ella”.

Anita Moreno encontraba en el arca de su espíritu alivio y socorro oportuno para cualquiera que se acercara a ella, en quien no quedaba estéril ni menoscabada la integridad de su virginal trato amable y fecundo para los demás, orientada a transmitir a otros la vida de Cristo.

La santidad de vida y la coherencia cristiana de Anita Moreno perdura hasta hoy y está validado por el testimonio de los propios congéneres e hijos espirituales de su incansable obra de carácter trascendental para la historia de La Villa de Los Santos. Anita Moreno es por excelencia la custodia de las más prominentes virtudes cristianas que enseñó y cultivó por muchas décadas: Uno se va a la gran obra de la mujer, la Niña Anita hizo muchas cosas, pero muy poca gente es capaz de llegar a la esencia de lo que ella fue capaz de dar. Es que la Niña Anita hizo muchas cosas pero entre esas formó a mucha gente, de la misma manera que yo siento que hay gente que siente a sí mismo, es que ella a mí particularmente me enseño a amar a Dios, quizá sin tener un concepto claro de la presencia del misterio, pero en su forma de ser y en su coherencia de vida ella nos dio a nosotros ejemplo. Entonces a mi me gusta más esta faceta de su vida porque es lo que al final de cuenta ha quedado. De pronto uno quiere retomar muchas actividades que ella hacía pero yo digo, yo creo que lo más importante para nosotros en el fondo fue lo que aprendimos de ella y lo más importante fue que amamos a Dios porque ella fue quien nos habló de Dios por primera vez y lo hizo de una manera extraordinaria”.


Su imperturbable sentido de la humildad le permitieron ganar en fortaleza ante las ocasiones en que fácilmente podía perder la calma y la paz: “Eso era digno de verse, porque ella nunca, nunca mientras yo estuve ahí, tuvo una palabra de mal modo. Incluso algunas personas que la denigraban, personas que hablaban de ella y que llegaba a sus oídos, ella decía: «¡Ay! no linda mía no se preocupe. Déjelo, déjelo que Dios lo perdone». Esa era la forma de ella. Ella no se excitaba, ni mucho menos. No, tranquila, ella eso se lo tomaba como cualquier cosa común y corriente. Simplemente ella lo pasaba como una cosa común y corriente. Ella no mostró esa ira, soberbia, nada contra el prójimo. Ya le digo, a mí me admiraba”.

La Niña Anita se convirtió en un regazo siempre cálido para que los hijos e hijas de Dios encontraran razón para seguir siendo hermanos, amigos, pueblo y sobre todo, santeños; puesto que Ana María desarrolló en máximo grado la capacidad para proteger lo que se desarrollaba y crecía en torno a su figura, cuidaba y fomentaba su desarrollo, y esto es patentado en las distintas labores que la distinguieron: educadora, enfermera, catequista, panadera, cantante, organista, decoradora; en fin, profesiones todas ellas vinculadas a la nobleza de una delicada capacidad sensitiva y un tipo anímico propio que la lleva a compenetrarse hacia lo vivo personal y lo ajeno de manera más natural. No en vano permanece el vivo recuerdo de sus enseñanzas, sobre todo de sus ejemplos de vida, como relata la Señora Berta de Campos: “yo puedo decir esas cosas que hoy las siento como algo muy mío y que las he podido valorar porque aprendí de niña de ella, yo me siento muy feliz de que de una forma u otra hayamos podido ver y conocer de cerca a la Niña Anita. Lo que yo aprendí de la Niña Anita fue su ejemplo, poder hablar de esas cosas que normalmente uno conserva para sí y se recrea en ellas cuando las recordamos me llena de ternura porque al final de cuenta tengo tanto que agradecerle porque, vuelvo y les digo, mi fe está cimentada en los conocimiento de Dios de parte de ella, pero no fueron sólo los conocimientos, el ejemplo”.

En fin, “si hay alguien que es el sinónimo de seriedad, de castidad, de santidad, es la Niña Anita”. Ella brillaba con luz propia. Y la fidelidad en todos los aspectos la caracterizan como una mujer probada en el amor y la inalterabilidad del cumplimiento de su misión caritativa. Por eso es digno de alabarse la sencillez de vida, demostrada hasta el final de su existencia en la tierra. “Y la Niña Anita fue el prototipo de la mujer creyente de nuestro pueblo: activa, previsora, comprensiva, noble, amiga de todos. “Mi’jito, solía decirme ante las actitudes irregulares de las personas, hay que sufrir con paciencia los defectos de los demás, lo que testimonia su asimilación de la doctrina cristiana”.

Ella poseía un alto grado de lealtad tributado a todos sin distinción. Por esta razón, es normal que los que conocieron a la Niña Anita se entristezcan por su desaparición física, mas por el contrario, se enorgullecen porque su vida dejó hondas huellas de consuelo, ejemplo, educación en la fe y ciudadanía, afecto y sobre todo el amor desde la hondura del corazón a Cristo y a la Virgen María: “Todos estamos enterados de las cosas, pero no todos somos capaces de llegar a la esencia de lo que ella era. Ella formó a muchos y a mí me enseñó a amar a Dios quizá sin tener un concepto claro del misterio, pero en su coherencia de vida y en su forma de ser nos enseño la fe. Lo más importante en el fondo fue lo que aprendimos de ella, uno se acercaba a ella y la veía”; porque “en realidad sí se aprendió mucho con ella, ella sí fue un testimonio, ella sí tenía una vida coherente”.

De esto deja testimonio Don Alejandro Gutiérrez Samaniego (qepd), asegurando que La Niña Anita “era una mujer sencilla y tranquila que hablaba y aconsejaba a toda clase de personas, hasta los montañeros y campesinos como yo”. “Su amor no era superficial, ni era improvisado, el gesto de ella era algo que salía de su sangre, de su ser".

En estas sobrias declaraciones podemos esgrimir en qué consiste el centro de gravedad de Ana María, no está en ella, sino en el «otro», de modo que puede alimentar vida humana en amplitud dentro de sí misma. Y en esto consiste la fecundidad de las santas mujeres, como lo canta el siguiente himno vespertino de la Liturgia de las Horas: La mujer fuerte puso en Dios su esperanza: Dios la sostiene. En la mesa de los hijos hizo a los pobres un sitio. Guardó memoria a sus muertos; gastó en los vivos su tiempo. Sirvió, consoló, dio fuerzas; guardó para sí sus penas. Vistió el dolor de plegaria; la soledad, de esperanza. Y Dios la cubrió de gloria como de un velo de bodas.

De manera sucinta este himno vespertino detalla la hondura afectiva y espiritual de toda mujer santa. Ellas reciben la insoslayable tarea de acunar en sí mismas a seres vivientes en una unión tan íntima de lo anímico y lo corpóreo para conjugar en la propia vivencia personal de los acontecimientos y circunstancias, la imagen perfecta de la Caridad.

miércoles, 23 de julio de 2008

San Juan de Dios, el inspirador de Anita Moreno.


BIOGRAFÍA DE SAN JUAN DE DIOS

Nació en 1495, en Montemor-o-Novo (Portugal), en el seno de una familia humilde. Cuando aún no contaba con diez años, se establece en Oropesa, (Toledo) (España), en la casa de Francisco Cid Mayoral, al cual le servía como pastor. En 1523 se alista en el ejército y participa en varias guerras, la última en 1532, en la campaña de Carlos I contra los Turcos. Fue para él una dura experiencia, siendo expulsado en una ocasión. En 1535 se pone a trabajar como picapedrero asalariado en la fortificación de la ciudad de Ceuta. Allí ayuda, con sus magros ingresos, a una noble familia portuguesa que vive desterrada y en la ruina. Más tarde, pasa a Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. De ahí se traslada definitivamente a Granada, en 1538, y abre una pequeña librería en la Puerta Elvira. Sería en esta librería donde comienza su contacto con los libros de tipo religioso.


El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Mientras escuchaba el sermón predicado por San Juan de Ávila en la Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras de Juan de Ávila producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los libros que vendía, vaga desnudo por la ciudad, los niños lo apedrean y todos se mofan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan de Ávila dirige su joven e impaciente espíritu y lo manda peregrinar al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, enfermos y a todos los desfavorecidos del mundo.

Juan vuelve a Granada en otoño de ese mismo año, lleno de entusiasmo y humanidad. Los recursos con los que cuenta son su propio esfuerzo y la generosidad de la gente. En un principio Juan utiliza las casas de sus bienhechores para acoger a los enfermos y desfavorecidos de la ciudad. Pero pronto tuvo que alquilar una casa, en la calle Lucena, donde monta su primer hospital. Pronto crece su fama por Granada, y el obispo le pone el nombre de Juan de Dios. En los siguientes diez años crece su obra y abre otro hospital en la Cuesta de Gomérez. Es, así mismo, un innovador de la asistencia hospitalaria de su época. Sus obras se multiplican y crece el número de sus discípulos y se sientan las bases de su obra a través del tiempo. Su incansable trabajo hace que caiga enfermo y le obliga a retirarse a descansar a la casa de los Pisa. Allí muere el día 8 de marzo de 1550.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.

A su muerte su obra se extendió por toda España e Italia y hoy día está presente en los cinco continentes.

Su personalidad y su obra

* Ser sensible, humano-cristiano y social.

* Sale al encuentro de los necesitados y los acoge sin poner condiciones para su asistencia. Todo necesitado tiene derecho a ser atendido.

* Desarrolla métodos de atención pioneros en su época. Atención integral de la persona necesitada, respetando su dignidad y defendiendo sus derechos.

* Solicita recursos a toda la sociedad: “hermanos, haceos bien a vosotros mismos”, era su grito y su lema.

* Reúne a un grupo de personas que darán continuidad a su obra (los Hermanos de Juan de Dios).

Liturgia de difuntos en el día del XXX Aniversario de la pascua de La Niña Anita

Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén. Aleluya.

Himno

Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos de Dios.

Nuestras vidas son del Señor,
en sus manos descansarán;
el que cree y vive en él
no morirá.

Con Cristo viviré,
con Cristo moriré;
llevando en el cuerpo
la muerte del Señor;
llevando en el alma
la vida del Señor.

Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos de Dios. Amén.

Salmo 90
A la sombra del Omnipotente

Antífona. El Señor es mi refugio y mi fuerte Salvador.

Tú que habitas al Amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en Ti".

El te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
Su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.

Nada mirar con tus ojos,
verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.

No se acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;

te llevará en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

"Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré,
lo saciaré de largos días
y le haré ver mi salvación".

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Se repite la antífona. El Señor es mi refugio y mi fuerte Salvador.

LECTURA BREVE

Juan 14, 1-7
Yo soy el camino y la verdad y la vida


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.

Tomás le dice:
-Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?

Jesús le responde:
-Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.


RESPONSORIO

Bendito es nuestro Dios en todo tiempo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.

R/. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal,
ten piedad de nosotros. (3 veces)

PRECES

En paz roguemos al Señor.

Señor, ten piedad.

Por la paz que viene desde lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.
Señor, ten piedad.

Por la remisión de los pecados, en la bienaventurada memoria de Ana María Moreno, roguemos al Señor.
Señor, ten piedad.

Por los siempre recordados difuntos siervos de Dios, por su descanso, perdón de los pecados, paz y bienaventurada memoria, roguemos al Señor.
Señor, ten piedad.

Por aquellos que lloran, que sufren, y que esperan el consuelo de Cristo, roguemos al Señor.
Señor, ten piedad.

Para que nos libere de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.
Señor, ten piedad.

Con los Santos haz morar, oh Cristo, a Ana María, tu sierva, y a todos los fieles difuntos, donde no hay tristeza, ni dolor, ni angustia, sino vida eterna.

Oremos juntos a Dios nuestro Padre como nos enseñó Jesús: Padrenuestro.

ORACIÓN

Señor Dios, que has querido que Ana María, a través de la muerte, fuera configurada con Cristo, que por nosotros murió en la cruz; por la gracia renovadora de la Pascua y por la intercesión de Santa María, bendice el amor que Ana María siempre nos tuvo en la tierra, aleja de ella todo vestigio de corrupción terrena; y pues quisiste marcarla en su vida mortal con el sello del Espíritu Santo y alimentarla con el cuerpo y sangre de Cristo, dígnate también resucitarla un día a la vida eterna de la gloria y que desde el cielo continúe animándonos en el camino de la fe.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

martes, 22 de julio de 2008


Ana María Moreno Castillo
(1887-1977)
11 de noviembre, XXX aniversario de su Pascua


"Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de los cielos" (Lc 6, 21). Esta bienaventuranza está hoy en desuso, debido a la ambigüedad endilgada al concepto «pobreza»; ni qué decir del resto de las bienaventuranzas.

Pero me atrevo a pensar que los de espíritu de pobre han de ser como La Niña Anita. En otra ocasión envié a este semanario una reseña biográfica de Ana María Moreno Castillo, "La Niña Anita", para hacer memoria de su vida, verdadera bienaventurada y sierva de Dios, sin ser beatificada.

Esta vez, me he propuesto retomar su figura, pero desde el prisma testimonial de personas contemporáneas a ella, y aún otras que la recuerdan, quizá como aquellos héroes del pasado. La Niña Anita era una mujer sencilla y tranquila -indicaba Don Alejandro Gutiérrez Samaniego- que hablaba y aconsejaba a toda clase de personas, hasta los montañeros y campesinos como yo. Tenía gran amabilidad para todos.

Y yo me cuestiono: ¿No encarna la Niña Anita aquella bienaventuranza cuya recompensa es el Reino de los cielos? Otro testigo fue Don Venancio Villalaz, que glosa, bajo juramento, un trance de padecimiento, cuando fue niño revendedor de quesos a los diez años: Al no estar los quesos disponibles para la venta, me fui al río y tomé un bote para pasear y luego bañarme. Me lancé de cabeza al agua creyendo que el lugar estaba profundo se me abrió una herida en la frente que hasta la fecha se ve la cicatriz. La pierna izquierda sufrió una herida. Me llevaron al Hospital de mi pueblo vecino. Mi pierna estuvo muy enferma; el hueso se me pudrió. Ya el Dr. Sergio González Ruiz, le decía a la Niña Anita que me iba a amputar la pierna. Ella, con mucho amor a Cristo Jesús, le pedía que no lo hiciera. Mientras tanto, imploraba al cielo que mi pierna se sanara. Orando a La Santísima Trinidad y a La Virgen de La Medalla Milagrosa, la sanación se hizo patente.

Hermoso y aleccionador testimonio, que a las claras describe la increíble interioridad de Anita. Su mente estaba puesta en agradar a Dios, en trabajar por El, en ayudar a otros, en dar su tiempo y compartir sus bienes.

Hoy días nos parece difícil y con frecuencia, imposible, suscitar el gozo y alegría agápica que contiene esta bienaventuranza de los "pobres": buscar cada vez más la felicidad del otro, entregarse y desear ser para el otro.

Existe otro meritorio testimonio. Doña Aminta Mendoza Garrido cuenta: Inicié el cuidado de la Niña Anita, en su lecho de enferma, el año 1974 y lo terminé en 1977, al finalizar el novenario de su deceso, que ocurrió el 11 de noviembre de este último año. En todo instante observé en su faz mucha tranquilidad y un tenue movimiento en sus labios, como en íntima comunicación con Dios. Jamás le escuché renegar. Al contrario; cada día le escuchaba decir: "Dios mío, si piensas llevarme a tu lado, no me abandones, porque eres mi Padre; también te pido por esta sierva tuya, mi hijita que me cuida", refiriéndose a Doña Aminta. Y continúa: Muchos enfermos llegaban a su casa pidiéndole ayuda para sanar de sus enfermedades. Me llegó a decir varias veces: "Yo pediré al Señor por todos los pobres y por los que han seguido queriéndome". Estuve presente en el momento en que el Señor la llamó a su lado y pude escucharla cuando dijo: "¡Dios mío!" Y expiró con una sonrisa en sus labios y con su rostro rosado sin gesto de angustia o de violencia.

En ella, aún ya fallecida y durante su sepelio, se notaba un rostro de profunda paz, lo que llamaba la atención de todos los que llegaron a su casa para orar porque su alma se encontrara gozando de la gloria del Padre y cerca de la Virgen Inmaculada. En conciencia, afirmo que durante los tres años en que atendí a la Niña Anita tuve ejemplos de paciencia y de resignación a la voluntad del Señor, los que me animan a seguir esos santos pasos en toda prueba que Dios me mande, como esa cristiana alma que me sirvió de modelo y me animó a seguir sus ejemplos. Existen otros muchos testimonios que aún no se han escrito; sin embargo, siguen siendo conservados cual reliquias de fina envoltura que esperan ser descubiertos.

La bienaventuranza de los "pobres", que revela los rasgos que el Espíritu Santo quiere reproducir en nosotros, a fin de modelarnos y conformarnos con la imagen y semejanza del Hijo de Dios, se cumple fiel y exactamente en La Niña Anita, convirtiéndose en modelo actual de perfecto cristianismo. La historia decidirá su destino: el olvido o el laureado reconocimiento de su herencia, ante Dios y los hombres.

P. Pedro Moreno, OSA

Extracto biográfico de Ana María Moreno Castillo
"La Niña Anita"

Por todos los costados escuchamos voces que reclaman testimonios de auténtica vida cristiana.

La Villa de Los Santos, tan conocida por la gesta independentista del 10 de noviembre de 1821 y su tan afamado Corpus Christi, guarda en lo profundo de su memoria histórica a la entrañable Ana María Moreno Castillo -“La Niña Anita”-, como mejor la conocían sus contemporáneos, de los cuales algunos hoy contarían orgullosos sus recuerdos.

Nació Ana María en la ciudad de Macaracas el 28 de mayo de 1887, sus padres eran villanos. Poco después se reestablecieron en La Villa de Los Santos. Los estudios los realizó entre Macaracas, Los Santos y Panamá capital. Sin embargo, fue la educación familiar la que vertebró su profunda personalidad espiritualidad y don de gentes.

Así quedó patente en su incansable labor caritativa, lo que hoy llamamos Pastoral Social de la Iglesia. También ejerció el magisterio durante un corto periodo de tiempo, suficiente para imprimir en el corazón y la memoria de sus pupilos el amor a la vida, la religión y las buenas costumbres.

En la parroquia de San Atanasio de Los Santos, preparaba a los niños para la primera comunión, lo que hizo por espacio de muchísimos años. En 1915 fundó el antiguo Hospital de San Juan de Dios de Los Santos, tan útil para los villanos. Allí demostró su vocación en el área de la salud, así como también, ofreciendo alivio y consuelo durante el trance final de los moribundos encomendados por su ferviente oración.

Restauró la torre de la Iglesia parroquial a causa del terremoto de 1913; se esmeró profundamente por el mejoramiento de la tradicional Semana Santa de Los Santos, patrimonio cultural y espiritual de los panameños y la festividad de San Juan de Dios (8 de marzo), durante la cual decenas de personas necesitadas acudían a su casa para recibir una desinteresada y valiosa ayuda.

También, debido a su amor a la Virgen María, heredamos, en la forma actual, la solemne fiesta de la Purísima Concepción que cada 8 de diciembre cobra mayor relevancia. La Niña Anita fue galardonada en 1946 con la declaración de “Hija Predilecta” por parte del Consejo Municipal de Los Santos.

En 1959 recibe la condecoración “Pro Ecclesia et Pontífice” del papa Beato Juan XXIII y la Orden “Vasco Núñez de Balboa” del Gobierno Nacional de Panamá.


Ana María Moreno Castillo, ya de edad avanzada cierra sus ojos para este mundo y despertar a la eternidad el 11 de noviembre de 1977, dejando una larga estela de vida cristiana y amor a los pobres con el agradecimiento de su amada Villa de Los Santos que esperaba en vela el vuelo a la celeste morada de un alma hecha toda corazón, mientras los tronantes tambores festejaban la gesta del 10 de noviembre.


Extracto de la Biografía de Ana María Moreno escrita por el presbítero Daniel S. Poveda (qepd).