viernes, 8 de agosto de 2008


CUALIDADES QUE ADORNABAN A ANITA MORENO

Entre los principales dones divinos y humanos e indisolubles del cristianismo, están la humildad y la mansedumbre, vertidos en la singularidad femenina de Anita Moreno, una mujer del Azuero que galopaba entre los siglos XIX y XX. Ana María Moreno Castillo es irrefutablemente un emblema de la mujer que conoce e indaga los remotos limos de la historia de los miembros de la familia biológica y pueblerina, donde se recrean los sentimientos profundos de la maternidad, la conservación, la fe y las costumbres de los buenos hijos.

Ella auscultaba con la mirada y desvelaba con los sentimientos la insondable intimidad de sus hijos de adopción. Su vida era alegre, su ánimo altivo, contenía un corazón creyente y belleza interior que ennoblece el semblante y reconforta en el silente sosiego de su compañía. Anita Moreno fue fuerte y tenaz, valiente y entregada, arriesgada y virtuosa, rezadora y cabal. Ella ha prodigado durante tantas décadas una inconfundible herencia espiritual, don de una vida y de una fuerte fe que perdura hasta hoy. Ella tenía la mirada puesta en la tierra y en el infinito, allí donde el empíreo se funde con la tierra. La celestial morada de Dios con los hombres.


En la historia de La Niña Anita, se descubren estas facetas propias de la vida habitual de su tiempo. Llenó un espacio de fundamental importancia que perdura hasta hoy. Incluso se ha dicho con propiedad que todo lo bueno de La Villa de Los Santos se resume en La Niña Anita, por ende, con su desaparición física, todo lo bueno se ha ido.

Era Anita Moreno un ser de aquellos en los que se percibe una natural y humilde benevolencia para con todos, pues ella estaba orientada a querer el bien del otro, de quien ella se sentía amiga y quien nunca desearía el mal para el otro. Sus amigos cercanos la recuerdan por su sentido de la humildadElla nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita justamente porque era todo lo contrario, es decir su servicio. Yo no recuerdo que aquí, en mi tiempo, no se movieran cosas que tuvieran que ver con la Niña Anita y a ella nunca le vimos un gesto de egocentrismo ni de protagonismo, nada de eso y yo sinceramente lo que les he dicho es porque yo nunca vi en lo de ella un deseo de protagonizar; es decir, amaba a los pobres porque es lo que Jesús quería, amaba a los niños porque era lo que Jesús quería, se entregó totalmente a una labor espiritual y material de la iglesia por amor a Jesús, porque si hizo trabajo material pero todo era para engrandecer a Dios".

Anita Moreno conservaba un alto sentido moral que le exigía la construcción de una realidad edificante que humanizara y persiguiera un auténtico bienestar configurante de las relaciones amistosas que han perdurado en la mente de los que la recuerdan. De lo contario, en la memoria histórica de los contemporáneos de Anita Moreno no hubieran quedado los vestigios de una vida distinta a la de los demás, nimbada por el don de la Caridad que engendró la natural benevolencia de su corazón, puntualmente expresado en actitudes, gestos, vivencias de las comunes alegrías y tristezas de sus allegados y extraños: Ella nunca nos hizo sentir su grandeza, nosotros valoramos a la Niña Anita, precisamente por lo contrario, nunca tuvo un gesto de egocentrismo y protagonismo, lo que les he dicho, amaba a los pobres y a los niños porque era lo que Jesús quería”.

La confianza y el respeto que Anita tributaba a todos los que la conocían y ella intentaba conocer, trascendía los límites de la simple materialidad de las cosas. Los regalos, ofrendas y donativos que de su mano ofrecía ya no tenían el simple valor material, sino que en virtud de querer dar algo a los que amaba y querer el bien para el otro, se entregaba a sí misma sin reparos ni reservas humanas. Por esta razón Anita Moreno fue una mujer de cabal sentido humanitario, de fuerte experiencia religiosa y ciudadana de talante servicial y correcto. Ella cumplía de buena fe con sus obligaciones morales, tanto personales, como colectivas, que la elevó a la más alta estima debido a su natural generosidad y humildad que felizmente le condujo al solio de la santidad: “Ella hacía cosas que otros no eran capaces de hacer, por ejemplo el acercamiento de la Niña Anita a los pobres, que no lo hace cualquiera, en su propia casa, en su propio patio, al que se le acercaba ella lo trataba, nunca se le veía un cara mala”. “Sus actitudes de humildad, sus actitudes de acercamiento, ese testimonio, ella a todos nos decía «mi’jito, mi’jita», eso acercaba a ella”.

Anita Moreno encontraba en el arca de su espíritu alivio y socorro oportuno para cualquiera que se acercara a ella, en quien no quedaba estéril ni menoscabada la integridad de su virginal trato amable y fecundo para los demás, orientada a transmitir a otros la vida de Cristo.

La santidad de vida y la coherencia cristiana de Anita Moreno perdura hasta hoy y está validado por el testimonio de los propios congéneres e hijos espirituales de su incansable obra de carácter trascendental para la historia de La Villa de Los Santos. Anita Moreno es por excelencia la custodia de las más prominentes virtudes cristianas que enseñó y cultivó por muchas décadas: Uno se va a la gran obra de la mujer, la Niña Anita hizo muchas cosas, pero muy poca gente es capaz de llegar a la esencia de lo que ella fue capaz de dar. Es que la Niña Anita hizo muchas cosas pero entre esas formó a mucha gente, de la misma manera que yo siento que hay gente que siente a sí mismo, es que ella a mí particularmente me enseño a amar a Dios, quizá sin tener un concepto claro de la presencia del misterio, pero en su forma de ser y en su coherencia de vida ella nos dio a nosotros ejemplo. Entonces a mi me gusta más esta faceta de su vida porque es lo que al final de cuenta ha quedado. De pronto uno quiere retomar muchas actividades que ella hacía pero yo digo, yo creo que lo más importante para nosotros en el fondo fue lo que aprendimos de ella y lo más importante fue que amamos a Dios porque ella fue quien nos habló de Dios por primera vez y lo hizo de una manera extraordinaria”.


Su imperturbable sentido de la humildad le permitieron ganar en fortaleza ante las ocasiones en que fácilmente podía perder la calma y la paz: “Eso era digno de verse, porque ella nunca, nunca mientras yo estuve ahí, tuvo una palabra de mal modo. Incluso algunas personas que la denigraban, personas que hablaban de ella y que llegaba a sus oídos, ella decía: «¡Ay! no linda mía no se preocupe. Déjelo, déjelo que Dios lo perdone». Esa era la forma de ella. Ella no se excitaba, ni mucho menos. No, tranquila, ella eso se lo tomaba como cualquier cosa común y corriente. Simplemente ella lo pasaba como una cosa común y corriente. Ella no mostró esa ira, soberbia, nada contra el prójimo. Ya le digo, a mí me admiraba”.

La Niña Anita se convirtió en un regazo siempre cálido para que los hijos e hijas de Dios encontraran razón para seguir siendo hermanos, amigos, pueblo y sobre todo, santeños; puesto que Ana María desarrolló en máximo grado la capacidad para proteger lo que se desarrollaba y crecía en torno a su figura, cuidaba y fomentaba su desarrollo, y esto es patentado en las distintas labores que la distinguieron: educadora, enfermera, catequista, panadera, cantante, organista, decoradora; en fin, profesiones todas ellas vinculadas a la nobleza de una delicada capacidad sensitiva y un tipo anímico propio que la lleva a compenetrarse hacia lo vivo personal y lo ajeno de manera más natural. No en vano permanece el vivo recuerdo de sus enseñanzas, sobre todo de sus ejemplos de vida, como relata la Señora Berta de Campos: “yo puedo decir esas cosas que hoy las siento como algo muy mío y que las he podido valorar porque aprendí de niña de ella, yo me siento muy feliz de que de una forma u otra hayamos podido ver y conocer de cerca a la Niña Anita. Lo que yo aprendí de la Niña Anita fue su ejemplo, poder hablar de esas cosas que normalmente uno conserva para sí y se recrea en ellas cuando las recordamos me llena de ternura porque al final de cuenta tengo tanto que agradecerle porque, vuelvo y les digo, mi fe está cimentada en los conocimiento de Dios de parte de ella, pero no fueron sólo los conocimientos, el ejemplo”.

En fin, “si hay alguien que es el sinónimo de seriedad, de castidad, de santidad, es la Niña Anita”. Ella brillaba con luz propia. Y la fidelidad en todos los aspectos la caracterizan como una mujer probada en el amor y la inalterabilidad del cumplimiento de su misión caritativa. Por eso es digno de alabarse la sencillez de vida, demostrada hasta el final de su existencia en la tierra. “Y la Niña Anita fue el prototipo de la mujer creyente de nuestro pueblo: activa, previsora, comprensiva, noble, amiga de todos. “Mi’jito, solía decirme ante las actitudes irregulares de las personas, hay que sufrir con paciencia los defectos de los demás, lo que testimonia su asimilación de la doctrina cristiana”.

Ella poseía un alto grado de lealtad tributado a todos sin distinción. Por esta razón, es normal que los que conocieron a la Niña Anita se entristezcan por su desaparición física, mas por el contrario, se enorgullecen porque su vida dejó hondas huellas de consuelo, ejemplo, educación en la fe y ciudadanía, afecto y sobre todo el amor desde la hondura del corazón a Cristo y a la Virgen María: “Todos estamos enterados de las cosas, pero no todos somos capaces de llegar a la esencia de lo que ella era. Ella formó a muchos y a mí me enseñó a amar a Dios quizá sin tener un concepto claro del misterio, pero en su coherencia de vida y en su forma de ser nos enseño la fe. Lo más importante en el fondo fue lo que aprendimos de ella, uno se acercaba a ella y la veía”; porque “en realidad sí se aprendió mucho con ella, ella sí fue un testimonio, ella sí tenía una vida coherente”.

De esto deja testimonio Don Alejandro Gutiérrez Samaniego (qepd), asegurando que La Niña Anita “era una mujer sencilla y tranquila que hablaba y aconsejaba a toda clase de personas, hasta los montañeros y campesinos como yo”. “Su amor no era superficial, ni era improvisado, el gesto de ella era algo que salía de su sangre, de su ser".

En estas sobrias declaraciones podemos esgrimir en qué consiste el centro de gravedad de Ana María, no está en ella, sino en el «otro», de modo que puede alimentar vida humana en amplitud dentro de sí misma. Y en esto consiste la fecundidad de las santas mujeres, como lo canta el siguiente himno vespertino de la Liturgia de las Horas: La mujer fuerte puso en Dios su esperanza: Dios la sostiene. En la mesa de los hijos hizo a los pobres un sitio. Guardó memoria a sus muertos; gastó en los vivos su tiempo. Sirvió, consoló, dio fuerzas; guardó para sí sus penas. Vistió el dolor de plegaria; la soledad, de esperanza. Y Dios la cubrió de gloria como de un velo de bodas.

De manera sucinta este himno vespertino detalla la hondura afectiva y espiritual de toda mujer santa. Ellas reciben la insoslayable tarea de acunar en sí mismas a seres vivientes en una unión tan íntima de lo anímico y lo corpóreo para conjugar en la propia vivencia personal de los acontecimientos y circunstancias, la imagen perfecta de la Caridad.

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